Una sombra oscura merodea por los canales de Venecia. Se trata del dictador chileno Augusto Pinochet, a quien el cineasta Pablo Larraín ha exhumado como un vampiro en la película El Conde para optar al León de Oro del certamen italiano y denunciar la “impunidad” que dejó su dictadura.
“Pinochet nunca enfrentó a la justicia y eso lo convirtió en un hombre que vivió y murió en libertad y de hecho, muy rico. Esa impunidad lo hizo eterno, como un vampiro”, censuró el realizador en la rueda de prensa de la Mostra, donde fue recibido con aplausos.
El Conde, en la lucha por el León de Oro del 80 Festival de Venecia, es una comedia negra que retrata al tirano Pinochet (Jaime Vadell) como un vampiro despiadado y centenario que, tras fingir su propia muerte, vive escondido en un frío páramo de su país.
En su vida no escatimó en crímenes y avaricias, alimentado por su insaciable apetito por el mal, pero en los últimos tiempos un nuevo deseo ronda por su cabeza: abandonar el don de la eternidad dejando de beber sangre y corazones exprimidos, claudicar y morir.
Esa rendición es vista como una oportunidad por su pérfida esposa, Lucía Hiriart (Gloria Münchmeyer), que sueña con la vida eterna, pero con otros propósitos, así como por sus hijos, que acuden a su casa en busca de la inmensa fortuna que el dictador amasó.
La película llega justo cuando Chile conmemora, el próximo 11 de septiembre, el cincuenta aniversario del golpe de Estado contra Salvador Allende en 1973 y pocos días después de que siete militares fueran condenados por el asesinato del cantautor Víctor Jara.
Por eso, su intención no es otra que destacar la “impunidad” que dejó tras de sí la dictadura (1973-1990).
“Lamentablemente ese caso es conocido y llega bastante tarde, pero también sabemos que cantidad de personas que cometieron algunos de esos crímenes están libres y esa cantidad de personas es mucho más alta que quienes han afrontado procesos judiciales”, dijo Larraín.
Agregó que “no sabemos dónde están muchos de esos cuerpos, no sabemos quiénes hicieron esos crímenes, no sabemos quiénes produjeron las torturas. Hay algunas personas que están presas. Esa impunidad yo creo que es lo que tiene fracturado Chile”.
Larraín, que ya pasó por Venecia con títulos como Post Mortem (2010), Jackie (2016) o Spencer (2021), defendió “el deber” de “retratar al mal” con esta película para Netflix que, en un primer momento, ideó como una serie.
“Hay ciertas personas que creen que Pinochet no debe ser filmado, que creen que su figura no debe ser filmada o nunca o que todavía es muy reciente. Yo creo que el mal sí puede y debe ser filmado, debe ser retratado”, alegó.
A su lado se sentaba el actor Alfredo Castro, que da vida al único servidor del tirano, su mayordomo Fyodor, y que apoyó las posiciones del cineasta.
“Con la llegada de la democracia, el presidente Patricio Aylwin dijo que habría ‘justicia en la medida de lo posible’. Ahí este país se hundió definitivamente”, lamentó.
Esa carencia de justicia, según el realizador, se ve apuntalada por “fuerzas que están circulando y que circulan” como “la Iglesia católica, que tiene un rol muy interesante”, dijo, sin dar más explicaciones.
En este sentido, Larraín equiparó a Pinochet con el dictador español Francisco Franco: “Compactan el placer por la maldad y la poca inteligencia. Fueron un poco los bufones de otros grupos de poder que quisieron ponerlos ahí o apoyarlos en ese ejercicio”.
Para mostrar este fenómeno, en la triste historia del “vampiro” Pinochet se ha incluido el personaje de Carmencita (Paula Luchsinger), una monja que llega a la guarida de El Conde para exorcizarlo pero que termina tentada por el mal.
Luchsinger avisó en Venecia de que “desafortunadamente hoy en día hay un resurgimiento de la figura de Pinochet, de la extrema derecha en Chile” pero también “en todo el mundo”.
“Esta película nos advierte del peligro que podemos correr si empezamos a cuestionar la democracia y los derechos humanos. Espero que la película ayude a la conversación”, afirmó, pues tanto el director como su reparto ya saben que la cinta dará que hablar en su país.