Se calcula que más de 11 millones de casas en Japón están vacías y abandonadas, una tendencia que está creciendo a medida que la población del país se reduce y son más las personas que se sienten atadas a las ciudades superpobladas. Este panorama ha sido propiciado también por propietarios que mueren sin nombrar un heredero y por herederos que no se animan a vender un inmueble familiar y optan por dejarlo a su suerte. Es así como el número de casas vacías podría superar el 30 % del total de casas en el país asiático para 2033, de acuerdo con un informe del periódico The New York Times.
Estas construcciones, en su mayoría rurales y otras ancestrales, tienen décadas o más de vida y conservan rasgos de la cultura y las tradiciones arquitectónicas nacionales. Sin embargo, el valor de las casas en Japón generalmente disminuye con el tiempo, hasta que es tan bajo que muchos dueños se ven poco incentivados por mantener una vivienda vieja. Además, los compradores a menudo las demuelen y construyen casas nuevas encima de ellas.
Las autoridades locales consideran que una casa vacía, o ‘akiya’ en japonés, además de ser un riesgo si se derrumba, estropea el paisaje y puede perjudicar sus esfuerzos por revitalizar las zonas rurales del país. Es por eso que han puesto en marcha un programa para subsidiar las renovaciones y están ofreciendo viviendas por alrededor de 25.000 dólares, e incluso más económicas.
Los municipios de todo Japón están compilando listados de casas vacantes para la venta o el alquiler y ya existen consultoras de bienes raíces que han surgido para capitalizar el exceso de estas ofertas. Es así como en los últimos años han aparecido compradores, cada vez más provenientes del extranjero, que se han visto cautivados por tener un hogar en un entorno campestre y tranquilo.
La tierra en Japón es costosa y las casas abandonadas son mucho más baratas, bastante amplias y en ocasiones vienen con un pequeño terreno. En consecuencia, las empresas inmobiliarias han comenzado a adquirir casas antiguas habitables y a comercializarlas entre compradores no japoneses.
Vale resaltar que los foráneos, por lo general, están más dispuestos a reutilizar y renovar que a demoler y empezar de cero, lo que garantiza a su vez que se preserve el patrimonio arquitectónico. “Cuando se ve desde una perspectiva internacional, y a través de los ojos de los extranjeros, las cosas japonesas pueden tener una singularidad y un valor inherentes”, afirma Takahiro Okada, de 85 años, quien, en lugar de seguir el consejo de los agentes japoneses de demoler su antiguo hogar, lo ha puesto en venta para evitar “perder la cultura japonesa”.