El presidente Andrés Manuel López Obrador dejó de fijar la agenda política nacional desde la irrupción de Xóchitl Gálvez en la carrera presidencial.
El mandatario podrá decir lo que quiera sobre la senadora hidalguense o sobre cualquier otro precandidato de la oposición, pero sus dichos, que antes eran palabra divina, devinieron casi en pleito de cantina.
La agenda la tiene ahora la oposición, al igual que la preferencia en las redes sociales.
Solo basta echarle un vistazo a Twitter para saber cuáles temas o qué personajes son tendencia, positiva o negativa.
Eso tiene molesto al inquilino de Palacio Nacional, acostumbrado a dictar desde su púlpito mañanero qué tema debería predominar en el día.
Lo que destacan todos los medios, todos, pero sobre todo los afines al Presidente, son los insultos y descalificaciones que ha hecho sobre la persona de Gálvez, a quien acusa, sin más sustento que su fobia, de ser una marioneta del empresario Claudio X. González.
El método elegido por la oposición para la selección de su candidato presidencial, la negativa a participar en la contienda de varios destacados militantes de Va por México, el registro de quienes sí van, han sido los temas que dominan la agenda y la conversación públicas.
Las campañas de las corcholatas morenistas no levantan el ánimo de sus supuestos seguidores, por previsibles.
Sus discursos, sabidos de antemano porque simplemente son la réplica de lo que desde hace cinco años dice a diario López Obrador, no entusiasman ni a sus equipos de campaña.
Las “asambleas informativas’’ son sosas y solo son nota cuando alguna de las corcholatas lanza por ahí una queja sobre el proceso; de ahí en fuera, todo es repetición y repetición de un guion aprendido hace meses.
Para la oposición es un triunfo haber arrebatado la agenda política a López Obrador que, por lo demás, le dedica demasiado tiempo a la sucesión “en la que no se iba a meter’’ y descuida temas tan graves como la inseguridad.