En el concierto de las naciones, ¡cómo ha desafinado el Gobierno mexicano!
Primero, la negativa a condenar la invasión de Rusia a Ucrania y ahora la negativa a condenar los atentados del grupo terrorista Hamás en agravio del pueblo de Israel.
Ojo, no se le está pidiendo que condene a Palestina, porque una cosa es el país y otra el grupo terrorista que incluso es enemigo de su propio gobierno.
Pero aquí ya sabemos que cantinflear es la respuesta a cualquier conflicto bélico, nos conformamos con escuchar que el Presidente dice que no tomará partido aunque al no condenar el terrorismo lo está haciendo.
¿Querían extraditar a Andrés Roemer en fast track? ¿Querían que el gobierno israelí detuviera a Tomás Zerón y lo entregara envuelto para regalo, para presumir algo antes del fin del sexenio?
Pues el Gobierno mexicano deberá esperar sentado.
La crítica que hizo la embajadora de Israel en México no solo habla del desencanto por la posición del Gobierno mexicano sino de la frustración y enojo al no encontrar el respaldo de un país presuntamente amigo.
Si con Rusia se justificó la parcialidad de López Obrador a favor del gobierno de Putin considerando que le compramos más del 50% de los fertilizantes que utiliza el campo mexicano y por el regalo de millones de vacunas Sputnik contra el Covid, con Palestina no tenemos ningún compromiso ni político ni económico y mucho menos con el grupo Hamás.
La política exterior, esa que dio lustre y renombre a México, es ahora una mezcla de intereses ideológicos aparentemente sin consecuencias, porque vivimos en una región sin un conflicto internacional armado (lo de la guerra al narco es otra cosa), pero diplomáticamente sí habrá repercusiones.
No se trata de condenar al pueblo palestino ni a su nación, sino al grupo terrorista que terminó con la paz en Medio Oriente y que, desde el derribo del World Trade Center, en el 2001, no había concitado el repudio mundial unificado.
Bueno, casi unánime.