La crónica vivencial, por sí misma, es un continuo envolverse de posibilidades para sobrevivir. Así, cada nuevo despertar tenemos la coyuntura de amar, no en vano somos hijos del amor; también de trabajar, es un derecho y una obligación de todos los ciudadanos; además de contemplar cómo nos movemos y de mirar a las estrellas para poder soñar, con el abrazo armónico hacia ese orden místico del que formamos parte. Al fin y al cabo, lo trascendente radica en ahondar en lo bello y en lo maravilloso del espíritu inventivo, reencontrándonos como seres pensantes, para poder hallarnos en la poesía y no en el poder, siendo más poema y obviando penas. No olvidemos que caminamos como individuos en servicio permanente y en guardia constante, porque somos muy frágiles; y esto, es fundamental, para restaurar la confianza, la credibilidad y la legitimidad de todos los gobiernos y de nuestro sistema mundial, en los actuales tiempos turbulentos que sobrellevamos. Desde luego, hemos de aprovechar cualquier instante preciso, precioso siempre por su carisma existencial, así como todas las circunstancias, para liderar una acción transformadora en favor de un mundo más seguro, pacífico y sostenible.
Ciertamente, ahí está lo vivido, en la historia de cada uno y en la realidad que uno concierta. Por eso, siempre es saludable, repensar y hacer memoria, incluso en los periodos que nos parecen más oscuros y áridos. De todo se aprende, después de haber viajado en los diversos tiempos y de aprovechar las heterogéneas situaciones; con la consabida cátedra viviente que obtendremos al finalizar nuestro tránsito por aquí abajo. En efecto, el futuro hay que laborarlo, cuando menos con una renovada arquitectura financiera internacional, puesto que la actual está anticuada, aparte de ser injusta e ineficaz. Sea como fuere, estamos ante la posibilidad de cambio. Activemos la acción, vayamos a las necesidades más profundas de la persona. El itinerario está marcado, su manifiesto requiere ejercicios basados en los valores de la Carta de las Naciones Unidas, en el Estado de derecho y en los principios de libertad y soberanía, independencia política e integridad territorial de las Naciones. Ojalá esta época se inspire en los principios humanitarios y que no se pierda un solo latido por falta de compromiso. Al fin y al cabo, no solamente hay que indignarse, hay que también implicarse; que el ser humano se autorrealiza, en la misma medida que se compromete.
Hoy más que nunca se requiere de hechos tangibles que tengan como punto de referencia la común pertenencia a la familia humana y el fomento de la fraternidad. A mi juicio, no hay un incentivo mayor de subsistencia, que esos gestos comunitarios, que propician la instauración de una sociedad promotora de equidad y educación, con diálogo constructivo entre sus miembros y totalmente reparador. Rechazar el virus de la indiferencia, ha de ser nuestro primer encargo de faena, para poder lanzar el reinicio y la promoción de una auténtica cultura solidaria, que afronte la tendencia individualista y agresiva de la exclusión y del descarte. Una presencia que conlleva seguridad, cursos de desarrollo y gobernanza inclusiva. En la base de todo debe estar la alianza entre el nacido y el medioambiente, manantial del que vivimos y con el que cohabitamos, del cual procedemos y hacia el cual debe ir nuestro espíritu protector de custodia. De lo contrario, enfermaremos en su camino devastador y en un contexto en el que la mentira y la falta de oportunidades suelen alimentar un extremismo violento, cuando estamos llamados a florecer como gentes de paz y lucidez.
La capacidad de no perder la serenidad y el equilibrio interior, sin duda es el mejor pretexto para adentrarse en la relación comunitaria, a través de un estilo de representación no dominante, sino creativo, que es como se conectan las cosas. En efecto, todo debe evolucionar hacia un sistema sustentado en los derechos humanos y sostenido por una conversión de pulsos, para que las personas puedan llevar una vida digna en un planeta habitable, donde debemos asegurarnos de apoyar las reformas necesarias de la gobernanza global, algo absolutamente esencial para reconstruir la confianza en el mundo actual. Lo sustancial no es contar con muchas concepciones, sino con la idea adecuada en cada caso y en saber aprovecharla en su momento. Lo que no resuelve nada son los conflictos, que a pesar de que se han intensificado y multiplicado en los últimos años, lo único que causan es un diluvio de trastornos generalizados en la savia y en los medios de subsistencia. Subsiguientemente, si se me diera la ocasión de hacer un regalo a la próxima generación, personalmente optaría por hacer piña en un orbe bajo amenaza nuclear. Es cuestión de poner alma en cada paso, antes de que los vicios nos vacíen, el buen tono y el mejor timbre congénito.