Rusia logró la mayor parte de sus avances en el primer mes de la invasión, cuando se apoderó de Kherson, rodeó Mariupol y estuvo a las puertas de Kyiv y Kharkiv. Desde entonces viene perdiendo todos los terrenos ganados. En la noche vieja murieron más soldados rusos en un solo ataque que en ninguna otra batalla. Un misil ucraniano alcanzó el cuartel de nuevos reclutas que los generales habían organizado en un edificio cercano al frente, en la línea de alcance de la artillería enemiga y levantado sobre un arsenal.
Cuando Vladimir Putin pidió explicaciones, los generales le echaron la culpa a los soldados que usaron sus celulares para hablar con la familia, aduciendo que eso les dio a los ucranianos las coordenadas para el ataque.
La explicación la expuso un oscuro general sin mayor poder en una aparición televisiva a la una de la mañana del lunes en Moscú. Los comandantes escondieron sus cabezas y dejaron que se culpara a los soldados novatos por un nuevo error estratégico. Si la moral de las tropas rusas era baja, con este episodio va a llegar a niveles nunca antes registrados. Hasta esos niveles también parece haber llegado la inoperancia del ejército ruso en general y el comportamiento de sus máximos comandos.
El lunes, el ministerio de Defensa de Rusia hizo un anuncio extremadamente inusual, reconociendo que 63 soldados rusos habían muerto en un ataque en Makiivka, una pequeña ciudad en la región oriental ucraniana de Donetsk, que está bajo el control de los separatistas prorrusos desde 2014.
El miércoles, el mismo ministerio declaró que el número de víctimas había aumentado a 89 tras descubrirse más cadáveres. Aparentemente, todos los muertos son jóvenes de entre 18 y 22 años de la región rusa de Samara, en suroeste, sobre el río Volga.
Es la mayor pérdida de vidas por un solo ataque que Moscú ha reconocido desde que comenzó su invasión en febrero. El gobierno ucraniano cree que los muertos ascienden a más de 400 y que también hay otros 300 heridos. Recuentos independientes también hablan de al menos 300 muertos.
Los estrategas militares consultados por todos los grandes medios internacionales coinciden en que se trató de “un error de amateurs”.
Los denominados “bloqueros militares” rusos, periodistas aficionados que reportan desde el frente de guerra, fueron los más críticos de lo sucedido. Vladlen Tatarsky, uno de los más conocidos de estos blogueros, acusó a los generales rusos de “demostrar su propia estupidez e incomprensión de lo que ocurre entre las tropas, donde todo el mundo tiene teléfonos móviles”.
El prestigioso Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW) vio en el incidente una prueba más de que Moscú no está utilizando adecuadamente a los reservistas que empezó a llamar a filas en septiembre.
De hecho, la ofensiva que se registra en este momento por parte de las fuerzas rusas sobre la estratégica ciudad de Bakhmut está liderada por los mercenarios del Grupo Wagner dirigido por el contratista militar Yevgeny Prigozhin, un empresario millonario con estrechos vínculos con Vladimir Putin.
Y la imagen más decadente de lo que está sucediendo en Rusia con un gran descontento por la guerra, la represión del régimen de Putin y la falta de voluntarios para ir a combatir, se vio en la televisión estatal en la noche del Año Nuevo, prácticamente en el mismo momento en que morían los jóvenes reclutas en Makiivka.
Fue un show en el que un grupo de artistas decadentes interpretaron canciones y bailes de la cultura pop soviética de los años setenta, mientras en las mesas de los invitados estaban sentados oficiales rusos con llamativos uniformes azules y rojos y sonrisas forzadas. Algunas partes de la retransmisión parecían haber sido rodadas con anterioridad y luego mezcladas con croma en la producción, añadiendo un brillo de irrealidad a todo el desastre televisivo. Se escucharon vivas a Putin y a la guerra. En la mitad, uno de los presentadores, vestido con un esmoquin de terciopelo rojo, miró a la cámara con una mirada cómplice y dijo: “Nos guste o no, Rusia se está ampliando”.