Tras el eco de las festividades espirituales, con los habituales momentos de ocio y sin perder el realismo cotidiano, pero con un talante positivo y esperanzado, me nace el deseo de paralizar los temores y peligros para promover otros sueños, como puede ser el de unir las voces para entonar un pentagrama esperanzador nuevo, que nos lleve a escucharnos más y a oírnos mejor. Dejémonos descubrir internamente. Aprendamos a cohabitar, que no hay oscuridades para los itinerarios de corazón, como tampoco hay tristezas cuando sientes la mano tendida del análogo.
Renazcamos como especie que se entusiasma por salir de este poder mundano, corrupto y anestesiante, que nos lleva a una desolación verdaderamente cruel e inhumana. Hay que volver al tejido de la palabra, con su abecedario de diálogos sinceros, a revivir y a coordinar esfuerzos conjuntos para hacer patente un entorno laboral justo y seguro sin dejar a nadie en el camino; puesto que en esto consiste la justicia social y los estados sociales, democráticos y de derecho.
Desde luego, si queremos hacer familia y lograr una prosperidad compartida de hogar, crecimiento inclusivo y paz universal y duradera, primero tenemos que alcanzar el abrazo de la justicia social. Activemos este culto, abramos bien los ojos y los oídos, y sobre todo pongámonos en disposición de ayuda, porque nadie puede hacer nada por sí mismo. O se hace en unidad o el barco viviente se hunde en la estúpida necedad. Despertemos y no desfallezcamos, hagámoslo con la claridad interior de la conciencia, fomentemos la voluntad de cambio con los rayos de la verdad, refugiémonos unos en otros con el sentido de solidaridad y el abecedario generoso de la sonrisa.
Hemos de volver al lenguaje de la entrega, a impulsar lo poético y no lo poderoso, a ser menos posesivos y más donantes, más armónicos y menos guerreros, más de todos y menos sí. De este modo, lograremos ser respetuosos entre sí, tomaremos como respiro los derechos humanos y los valores de las Naciones Unidas, y volverá a todos los rincones del planeta la ansiada concordia, bajo el silencio de un cuerpo alegre y consumado para ser poesía.
Recordemos que es la contemplación del asombro de los días con sus noches, lo que nos insta a vivir y a desvivirnos, por muchas fatigas que aglutinemos en nuestra biografía. No quitemos valor a lo vivido, aunque nos machaque el alma. Hagamos enmienda, eso sí. Ganemos confianza en nosotros, para activar los mejores sueños, y así poder transformar andares y existencias. Dejémonos reencontrar y una vez hallados, agilicemos el compromiso de querernos. Al fin y al cabo, todo se reduce al amor, a la conjugación etérea del amar y a la correlación de sentimientos poéticos. De lo contrario, si nos empeñamos a mirar la vida sólo con criterios posesivos, sin sentido sobrenatural, cosecharemos materia tras materia, que una vez corrompida, nos destruirá nuestra propia alma, que se volverá piedra en vez de pulso.
Ciertamente, necesitamos de los latidos para estar vigilantes y en combate gozoso contra nuestras propias miserias, para liberarnos de nuestras ataduras mundanas. Si en verdad queremos superarnos, injertarnos aliento para vencer y convencernos de este poder perverso que está por cualquier lado, también por nuestras habitaciones internas, precisamos coherencia entre lo que solemos decir y luego hacemos. La falsedad nos degenera. Entonces, no pensemos que esto es un cuento más. Salgamos del engaño, si acaso tomemos antes un poco de silencio para poder discernir, pero una vez despiertos, dejemos de envenenarnos con el odio, abandonemos los vicios, renunciemos a la tristeza, desistamos de la envidia para conciliarnos con la nobleza, el júbilo y el sano alboroto de las virtudes.
Tomado este camino, de maduración y crecimiento interno, volveremos a reconocer los caminos de la libertad plena, que son los que realmente nos hacen sentirnos bien y contrarrestar de este manera, en coalición con las diversas culturas, las fuerzas destructivas que nutren la polarización y el extremismo.