Una década después haber logrado una nominación al Oscar por Timbuktu, el cineasta mauritano Abderrahmane Sissako cambia de registro para mostrar “otra cara” de la inmigración africana en el drama romántico e intercultural Black Tea.
La película, que se ha presentado en competición en la Berlinale, sigue a una joven africana de Costa de Marfil (Nina Melo) que el día de su boda planta a su novio en el altar y emprende una nueva vida en China.
Se instala en Guangzhou y encuentra trabajo en una tienda de té cuyo propietario (Han Chang) la inicia en el ritual de la ceremonia de esa bebida, a la vez que surge entre ellos una relación romántica, ensombrecida por secretos del pasado.
“Quería mostrar una cara de África que no se ve y una migración que no es necesariamente económica”, dijo Sissako en rueda de prensa. El cineasta criticó el predominio de “una mirada eurocéntrica” y aseguró que “hay mundo más allá” de Europa.
“El colonialismo nos ha hecho pobres, hay una injusticia permanente, pero estamos en un mundo globalizado y África debe abrirse a otros, está China, pero también Turquía o la India, las cosas pueden cambiar”, aseveró.
También le interesaba, en el filme, hablar “sobre mujeres en busca de libertad y su habilidad para superar dificultades”.
En cuanto a la ceremonia del té, la eligió por su simbolismo, por la importancia de los gestos y porque era una forma de que entrara en juego la seducción en un espacio íntimo, explicó.
Las cuestiones sobre identidad cultural e inmigración han estado siempre presentes en el cine de Sissako, responsable de títulos como La vida en la Tierra (1998) o Bamako (2006).
El director, de 62 años, nació en Mauritania pero de niño se mudó a Mali, el país de su padre. De ahí viajó a la entonces Unión Soviética, donde estudió cine, y posteriormente se estableció en París, donde empezó su carrera profesional.