Al presidente Andrés Manuel López Obrador le genera cierta aversión el periodismo, sobre todo aquel que suele ser crítico, ya que los considera faltos de ética, ligados al conservadurismo y sumados a sus adversarios.
Y eso lo ha manifestado desde siempre, desde que era un jovenzuelo que trataba de hacer lo que quisiera en el partido que militara en sus años mozos, el PRI, ya que, por lo general, se encontraba con cuestionamientos por su forma de proceder en contra de las normas, de las leyes y de todo aquello que oliera a legalidad.
De hecho, López Obrador debió confeccionarse un medio que le mostrara como un semi-Dios, para desde esa trinchera a modo, que no cuestionaba, que no emitía comentario en su contra., iniciar la travesía para conformar su imperio.
Y ahora, por cierto muy paradójico, mediante medios extranjeros, dos para ser exactos, busca mostrar que no es el monstruo que – asegura él – lo muestran los periodistas mexicanos.
La última entrevista fue con el popular programa estadounidense “60 Minutos’’, pero lo que creyó que sería una fórmula efectiva para sacudirse la mala fama que – asegura él – le han creado los medios de comunicación mexicanos, se convirtió en un escaparate ominoso para su administración.
En ese programa, López Obrador exhibió las contradicciones en la que ha incurrido en sus casi 5 años y medio de gobierno.
Se le cuestionó sobre si México produce fentanilo – lo cual había negado desde que tomó las riendas de la administración del país – para ahora sí aceptar el problema, tratando de matizar diciendo que “poquito”.
También se le preguntó si hay consumo de drogas en el país y de nuevo dijo que sí, que poquito y de ahí inflamó el pecho para decir a un miembro de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, que México no es colonia ni protectorado de nadie.
Lo novedoso es que el Presidente, a unos meses de concluir su mandato, haya aceptado una entrevista con un medio estadounidense.
Ya había dicho que The New York Times era un “pasquín inmundo’’ por atreverse a revelar una investigación que el Gobierno de Estados Unidos hizo sobre el financiamiento a su campaña presidencial en el 2006.
La entrevista, desde luego, no está dirigida al auditorio mexicano, que ya conoce sus frases y sus dogmas, y lo que buscó es posicionar su movimiento y su persona entre el público mexicano radicado en el país vecino del norte y que ve dicho programa.
Se podría decir que en términos prácticos, la entrevista de López Obrador servirá como introducción a la gira que programa Claudia Sheinbaum Pardo por el país del norte, ya que pretende reunirse con congresistas, medios de comunicación y con los grupos de mexicanos más representativos de aquellos lares, aunque con seguridad será con tribus morenistas.
López Obrador insiste en su visión paradisíaca de un país que registra actos de violencia en Michoacán, Jalisco, Chiapas, Sinaloa y Veracruz, Guerrero, Estado de México, Tamaulipas, Colima y un largo etcétera.
Lo novedoso, lo que quizá se hubiera agradecido, es que incurriera en la autocrítica, pero ello está vedado para alguien que se siente merecedor del Olimpo.