Como poetas en guardia permanente, María es nuestra inspiración, la mujer en donación que todo lo ve con buenos ojos. Su horizonte es claro: el amor de amar amor es lo que nos ennoblece, hasta el extremo que nos hace ser más poesía que poder. Hay que volver a la composición en son de alabanza, previo caminar por aquí abajo sembrando sonrisas, haciendo el corazón para acrecentar nuestra hoja de servicio en favor de nuestros hermanos y hermanas. Uno asciende en la medida en que se confiere a la demás. Personalmente, yo admiro el voluntariado; tarea muy complicada, pero que es necesaria e imprescindible, al menos para que nos fraternicemos. Lo vital es sobreponernos del desaliento, persistir en los sueños e insistir en tomar aliento, evocando lo vivido a través del verso de la vida.
Tenemos que volvernos una cascada en ofrenda, si en verdad queremos envolvernos de eternidad, enternecernos y poder saltar de alegría. María cuando entra en casa de su prima, alaba al Señor. No habla de cansancio. Pone sobre las estrellas el más sublime vocablo y todo se envuelve de gozo. Proclama el más níveo de los himnos, el Magníficat, venciendo toda tentación mundana, convencida de mirarse y verse en sus propios latidos, en lugar de atormentarse. Buceemos en este río lírico que nos trasciende, volando alto para encaminar supervivencias, jamás en la pena de aquí abajo que nos hunde. Lo trascendental es remontar cada aurora el cultivo generoso, de gratuidad y gratitud, para entonar tonos y timbres que nos edifiquen hacia esa placidez de reencuentros y hallazgos.
Nos necesitamos para la reconstrucción de esa gloriosa métrica innovadora, tomada del hálito del Hijo que da su vigor por nosotros y de la brisa de la Madre, siempre acariciándonos, deseosa de que brote la energía anímica necesaria para formar una familia y conformar el romance del pulso. Son, precisamente, estos manjares paradisíacos los que nos hacen meditar sobre las realidades que nos trascienden la existencia terrenal. El horizonte de la dulzura no se circunscribe al mundo, se amplifica atraído por el esplendor del manto poético, que desde la bóveda beatífica nos observa y protege. Requerimos de su iluminación, para afrontar las pruebas y los desafíos de cada día, haciendo que todos los países puedan participar en las estructuras de gobernanza ecuménica como iguales.
No olvidemos jamás que hemos sido creados para el reino de la belleza y la santísima Virgen está en la cima del himno, para entusiasmarnos de cánticos, pues su loor es la luz: “vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap. 12, 1). Indudablemente, María fue la primera en tomar en sus remos a su propio renuevo: el Jesús de todos; hecho niño, creciendo a su vera. También ahora es la primera en estar a su lado, en la gloria del edén, portando el abecedario del bien para oscurecer el lenguaje del mal. Lo ha conseguido, además lo logra a diario para que pueda obrar en nosotros, haciéndonos una humanidad de visión sincera y de palpitación conjunta, para poder corregir las graves injusticias del momento presente.
Si el estilo del Creador es el de la cercanía; nuestra Madre, es nuestra musa. Nos acompaña en la perpetuidad del versículo que somos. Tan solo hay que dejarse amar por la concebida sin mancha original y abandonarse a su vera, la única capaz de vislumbrar el cielo en la tierra. Ella, mejor que nadie, como Vaso honorable, nos abrirá la puerta de las alturas, para que tengamos savia en abundancia. Quedemos, pues, con esa Madre inmaculada; la del buen consejo, envuelta en un destello de silencios. También la observamos como signo de perspectiva segura, de proximidad hacia esa piedad mariana que debe ser promovida y cultivada, sabiendo que todo se enaltece con el espíritu orante. La inteligencia artificial, por sí misma, tampoco nos va a salvar de nada.
Desde el Olimpo, la Estrella de la mañana continúa velando por nosotros, solo hay que adentrarse en la multitud de testimonios que se encuentran en cualquier rincón. Ahí están sus santuarios, siempre vivos. Recuerdo, por tanto, que hoy más que nunca todos debemos decir: María, Reina de la Paz, ruega por nosotros. Lamentablemente llegan noticias dolorosas desde cualquier parte del mundo. Pedimos su faro para transformarnos internamente. Nos ayudará a crear un clima de convivencia fraterna, comenzando por nuestros propios hogares. Son muchos los niños que sufren la falta de afecto de sus padres, menos que mal que la Gobernante de la familia está en la cima de la escalera amorosa y nos la sostiene con las dos manos. Reavivar el amor es venerarla; y, eso es, ¡salud espiritual!