Si en el imaginario colectivo de los mexicanos existen los llamados “otros datos”, que no son más que realidades alternas cuya veracidad es nula, pero creíble por ser emitida por el caudillo redentor, pues también es viable la construcción de otra democracia con reglas y principios que no se ajustan ni a la pluralidad ni a la existencia de un Estado de derecho.
En el México del porfiriato y en el del régimen de la Revolución Mexicana, se cumplía con el formalismo de elecciones con algún tipo de oposición, pero que en la realidad no tenía la posibilidad de ganar los comicios. La diferencia entre estas dos formas de autoritarismo radica en que en la primera no existía circulación alguna de una clase política porque la legitimidad se basaba en la figura de Porfirio Díaz, y en la segunda la movilidad era sexenal, generando así la estabilidad necesaria para evitar perder el poder en las urnas o a través de una rebelión.
Pero esa disciplina se rompió en el momento de la fractura producida por la denominada Corriente Democrática de Cárdenas y Muñoz Ledo, y abrió el camino para una democracia plural y competitiva que además incorporó la apertura económica y la integración del país al bloque conformado por Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, este proceso que duró desde 1987 hasta el 2018 no consiguió modificar la tendencia histórica de un nacionalismo revolucionario atado a la figura del caudillo.
Con la llegada de AMLO al poder, el proceso de desmantelamiento de la incipiente democracia mexicana se fue articulando paso a paso hasta llegar a la destrucción del Poder Judicial, único obstáculo para la reconstrucción de la “democracia de partido único” y todavía más, la “democracia del caudillo”. O sea, no solamente se trata de un regreso forzado a la época de la hegemonía priista ahora disfrazada de Morena, sino del retorno a la “democracia de un solo hombre” como con Calles o el propio Porfirio Díaz.
En un ejercicio de honestidad intelectual habría que llamarle a las cosas por su nombre. Se trata de la sustitución de facto y de jure, de la democracia que le permitió a Andrés Manuel llegar a la Presidencia, para desde ahí dinamitarla para ajustar las cuentas con sus enemigos y permanecer en el poder de una u otra forma. No se pretende idealizar lo que se construyó durante décadas, pero su demolición no es motivo de festejo, sino por el contrario de una enorme decepción para todos los que confiamos en que un país moderno, democrático y plural, podría eventualmente resolver sus problemas de pobreza y atraso. Parece que estábamos equivocados.
De vuelta al pasado y a comenzar de nuevo. ¿Se podrá?