Es tiempo de unirse y de reunirse para trazar juntos espacios de concordia. También es el instante preciso y precioso, para conseguir poblar los caminos de vida y repoblar los horizontes de luz. Sabemos que la tarea no es fácil, que hemos de permanecer firmes, con los pies bien plantados en la tierra, para beber la realidad y no embobarnos de apariencias. Hay que encontrarse y reencontrarnos a nosotros mismos para fortalecernos de entusiasmo, lanzando esa mirada providencial que todo lo vislumbra con espíritu creativo. Así podremos salir de este orbe injusto y de sufrimiento, que está poniendo en duda la continuidad del linaje.
El tráfico de drogas, el comercio de armas, junto a ese estado de violencia dominador que respiramos, entre todos los moradores de las diversas culturas y cultos variados, está siendo una pesadilla viva en todo el planeta. Reconociéndolo es ya un gran avance. Cuando menos, esta situación debe mantenernos en alerta y en guardia, abiertos al diálogo y a no encerrarnos en el miedo, el dolor o la resignación, con brío de asistencia permanente y con la esperanza que injerta el soplo de las ilusiones cada mañana.
A propósito, pienso, en lo saturado que está el mundo de interrogantes. Está visto que cada cual espera algo o a alguien, para encauzar una comunión de abrazos y sentimientos. Sin duda, caminamos solitariamente desorientados, hambrientos de compañía, dentro de una corriente de desafíos inesperados, hasta el extremo que una cuarta parte de la humanidad vive hoy en lugares afectados por conflictos, lo que genera un sentimiento de derrota y amargura como jamás.
En consecuencia, tan vital como aprender a reprendernos, es dejarnos transformar internamente por otros abecedarios más níveos, menos interesados y más copartícipes, para que podamos apiñar vínculos, hermanarnos de verdad y ser justos. De hecho únicamente la paz interior, como la superación de las propias crisis, sólo se consigue del amor fraterno y desinteresado. Considero, por consiguiente, que hemos de amarnos más, de querernos mejor, para practicar la auténtica acogida y la integración verdadera. En caso contrario, continuaremos hundiéndonos en la desesperación, con apatía total y vertiendo lágrimas por las esquinas, sin hallar esas vías conformes que el alma nos requiere para vivir.
Puede que todos vayamos alocados y sin rumbo, o andemos inmersos en los vertederos buscando necedad, pero algunos aún no hemos perdido el ansia de mirar a lo celeste, de subirnos a una estrella e injertar otro reino más conciliador y plácido. En el fondo, la correlación acaba fortaleciendo el parentesco de las similitudes. Así, donde hay bosques sanos también los caminantes están más robustos. Por eso, es vital vencer la indiferencia y convencerse de que tenemos que custodiar las razones de la ilusión.
Volvamos, entonces, a ese impulso de lucha y defensa de los recursos naturales, de las relaciones de consideración hacia toda existencia. Tampoco podemos dejarnos adoctrinar por corrientes malignas, basadas principalmente en el poseer y en la ansiedad por evadirse. Se me ocurre pensar en el aumento de la oferta mundial de cocaína, una realidad sumamente peligrosa que está ahí, a la espera de proyectarnos a la destrucción. Ciertamente, multitud de gentes buscan hoy esa fuga interior, ocasionada en parte por ese vacío desesperante de sí mismo, que no se vence con estupefacientes, sino que requiere de una vasta acción preventiva, capaz de retomar al mejor concierto, el de la vida y no el de la muerte.
Quizás tengamos que repensar el modo y la manera de entroncarnos a las vías armónicas, mediante rutas generosas, donde todo se activa en favor del bien colectivo, a través del aguante para soportar las dificultades, pero también con la sinergia necesaria para que nadie se quede atrás, con mejores estilos de vida, libres de excesos de todo tipo. No olvidemos que el ser humano, por si mismo, es un ser social. Fuera egoísmos, pues. Estamos al servicio unos de otros, también de la creación, lo que nos demanda otro arrojo de realización de la familia humana.
Tendamos puentes para no ahogarnos, lo estimo como labor prioritaria. Se habla de un mundo más de todos y de nadie en particular, más pacífico y justo; y, sin embargo, se trafica con el odio y se comercializa irresponsablemente con el “tanto tienes, tanto vales”. De este modo, nada se reconstruye, la incoherencia lo derriba todo. El mal moral es precisamente el descuido de uno mismo como ciudadano del mundo. Ojalá aprendamos a querernos. Pongamos valor en decirlo y aún más coraje en realizarlo. Lo que es notorio que la economía, como esencia existencial no armoniza, más bien esclaviza y desprecia. La senda a tomar es otra, tengámoslo claro.