En un mundo conflictivo como el actual, se requiere un esfuerzo permanente por parte de todos los humanos, para poder generar una mentalidad de quietud; y, así, poder instaurar una atmósfera de unión y unidad entre moradores diversos. Para empezar con la tarea, de aminorar bloques antagonistas, debemos huir de este clima de tensión que, aparte de no facilitar la lucha contra la adversidad, nos enfrenta entre sí, cuando en realidad lo que necesitamos es una conjunción de fuerzas cooperantes que hagan familia. Las causas de esta situación son ciertamente complejas, impulsadas en buena medida por el deseo de la ambición de algunas naciones que llegan a construir su bienestar egoísta a expensas de otras. Con esta realidad entre las manos, quizás tengamos que arriesgarnos con un nuevo propósito viviente, la de mostrar clemencia y comprensión en la ayuda.
Sea como fuere, cada amanecer somos testigos de esas luchas absurdas, que han tomado como abecedario los discursos de incitación al odio, que además se han visto potenciados por internet, permitiendo que las mentiras, conspiraciones y amenazas se extiendan instantáneamente por todo el orbe. Este huracán de falsedades nos está devorando internamente hasta destruirnos el tejido social, generando desconfianza y tormento en las relaciones con los demás. Desde luego, la forma de combatir este ambiente tóxico, pasa por no desfallecer en el intento del cambio, no dejándose llevar por el territorio de las apariencias, difundiendo información veraz y objetiva, que es lo que promueve el equipo en vez de la partición. Por cierto, en esto de parcelar, son especialistas los sembradores del terror, que lo único que buscan es modificar nuestro comportamiento provocando desasosiego, inseguridad y enemistad.
Ahí tenemos la retórica narrativa nuclear de Rusia, o de tantos otros lugares, violando las resoluciones pertinentes del Consejo de Seguridad, cuando lo fundamental es dotarse de instrumentos de arreglo, en materia de justicia y paz. Bajo el paraguas de esta voluntad pacífica, no existe el fracaso, salvo cuando dejamos de perseverar y combatir lo humano en su entidad inseparable de alma y cuerpo, de contemplación y acción. Sin duda, lo verdaderamente nefasto es no dar ninguna oportunidad para la concordia y que se imponga la discordia, la desunión y la guerra. Los persistentes engaños, así como las continuas violaciones de derechos humanos, dificultan acercarse a la paz en cualquier región del planeta. Con razón, se dice o se comenta, que para saber caminar por este mundo antes tenemos que aprender a amarnos, con el perfume del nítido verso y la coherencia del verbo.
A nadie le faltan fuerzas para transformarse. Puede que algunos anden escasos de fidelidad o lealtad con la coherencia de lo auténtico. Naturalmente, el querer lo es todo en esta vida. Es la voluntad de recorrer el camino de la protección lo que nos falla. Las armas no generan nada más que destrucción y una bofetada a nuestra conciencia colectiva, un embaucador sentido de seguridad, hasta volvernos inhumanos y sin ética alguna. Tenemos que serenarnos, pues. A mi juicio, nos obliga a superar visiones interesadas para abrirse a una concepción verdaderamente universal del bien común. Conscientes de la grandeza de este ideal, así como de las dificultades para lograr los frutos, creo que avalados por el sano sentido de responsabilidad, tenemos que entrar a convenir lo armónico, porque ninguna contienda se gana. Indudablemente, la primera circunstancia para el orden, no es el ordeno y mando, sino el ardor de lograrlo.
Desde luego, si tuviésemos suficiente hermanamiento y empeño de continuidad en el linaje, casi siempre tendríamos medios suficientes para esperanzarnos, porque nuestras opciones vivientes estarían basadas en valores, fruto del compromiso asistencial, que es en última instancia la razón, por la que debemos asumir como misión de todos, el fomento de la alianza. A poco que nos adentremos, percibiremos que sin coalición nada se injerta en el universo que nos llama a la participación y al peregrinaje del reencuentro. Por eso, precisamos resistir a las tentaciones del orgullo y compartir, alejarnos de la autosuficiencia y la manipulación, perder el recelo, comprometiéndonos con la adhesión y la justicia. Pongamos, entonces, el carácter de la avenencia en nuestros andares. No existe mayor talento, que un buen talante en el darse y donarse, sin esperar recompensa alguna. Así es.