Tenemos que aprender a reprendernos, saliendo de nosotros mismos para vernos en los demás, liberándonos de la esclavitud del egocentrismo, que es lo que verdaderamente nos deja herida la voluntad. Porque, no lo olvidemos, la salud mental no es una batalla privada, es una crisis pública; y, como tal, requiere de un esfuerzo colectivo. Sin duda hemos de tomar otros aires más poéticos que mundanos, tejer nuevas confianzas y activar distintos universos; sobre todo que sean más equitativos, para crear entornos familiares y sociales más armónicos. Precisamente, de un tiempo a esta parte, observamos como el aumento de personas con depresión y ansiedad dispara el número de suicidios entre gente mayor, pero también entre los jóvenes ante la falta de perspectivas y ausencia de vínculos. Los lazos de unidad y unión son cardinales para aguantar los diversos trechos, con el tono de la solidaridad y del abrazo entre sí.
Lo importante es tener la capacidad necesaria para reencontrarse, cada cual consigo mismo, y hacer la ruta de la reacción; pero no con otro mal, sino con el bien. De hecho, esta atmosfera perversa que solemos injertarnos en vena es un vacío tremendo, incapaz de sostenernos y verdaderamente conflictiva. Vayamos de este mundo confuso a lugares menos vengativos y más donantes. Desde luego, la enmienda pasa por cultivar la paciencia, el diálogo, hasta volvernos artesanos de alma y vida, operarios de fraternidad en nuestro acontecer diario, y de igual forma en nuestro hogar. Ciertamente, todo empieza en nuestra propia casa, con el ejemplo de una vida coherente, sencilla, honesta y generosa. De lo contrario, caeremos en la indiferencia, que es el peor de los males. Evidentemente, abandonados a nosotros mismos nada se fusiona con tranquilidad.
En efecto, todo parte con nosotros. En consecuencia, reivindico una justicia social que nos humanice. Necesitamos movernos y conmovernos interiormente. Sólo hay que oír la voz clara y profunda de un análogo, a la hora de conjugar el amor entre sí con sus propios andares. Esto es lo que nos da fortaleza al corazón. Nadie puede despreciarse a sí mismo y pensar horrible de la propia presencia en el recorrido viviente. Desde luego, es una necedad desligarse del espíritu creativo que nace de lo autentico. Regresemos, pues, al crecimiento interno que es lo que nos da savia y nos incrusta sabiduría. El crecimiento económico no ha sido suficiente, ni mucho menos integrador, se requieren de otros valores y de otras valías más morales y mentales. La mala hierba de la ambición de poder nos acompaña siempre y nos deja la percepción enrarecida.
En realidad todo pertenece al amor verdadero, tanto al donado como al recibido. En parte, el engreído abecedario que soportamos en estos momentos y que afecta tanto a nuestra salud mental, se debe a nuestro deterioro complaciente. Caminamos con los latidos llenos de miedo y desiertos de esperanza. No practicamos la conjunción de pulsos y hasta los pensamientos germinan sin contenidos. La corrupción y los intereses mundanos lo ahogan todo. Por ello, es fundamental hacer silencio para poder trabajar la sensatez y deshacerse de los ídolos terrícolas. Lo esencial es acabar con esta locura irracional, enfermiza y estúpida, que nos está dejando sin entretelas. De ahí, lo significativo que ha de ser elevar la salud mental a nivel nacional y supranacional, integrándola en todas las poéticas políticas. Fuera soberbias y traiciones, por consiguiente.
Adoptar un enfoque transformador es lo suyo, a través de opciones de vida saludables que materialicen su potencial, superen el estrés normal de los días, prevaleciendo esa mirada que todo lo acompaña y reconduce. Lo suyo es levantar vuelo y desplegar las potencialidades en la llamada al amor de amar amor. Quizás tengamos que retomar otro ánimo más positivo, haciéndolo desde la concordia; y, con ella, establecer una agilidad o viveza mística, que nos entronque con la vocación de cada uno. En realidad, somos esa poesía que tenemos que restablecer verso a verso, para no destronar la belleza que nos embellece. Lo que interesa, entonces, son pasos decididos de lo mejor de sí. Cuando la vida interior se clausura, ya no hay espacio para nada ni para nadie, convirtiéndonos en seres resentidos, molestos y sin biografía alguna. No obviemos que hemos venido para hacer camino, no para disolver rutas.