Buenas noticias para un despertar ilusionante. Las Naciones Unidas acaban de adoptar en Nueva York un acuerdo que garantiza la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad en las zonas situadas fuera de las jurisdicciones nacionales, un amplísimo espacio que abarca más de dos tercios de los océanos del planeta. Son, precisamente este tipo de acciones coordinadas y conjuntas, las que nos hacen avanzar. Nuestras sociedades están cada vez más interconectadas, lo que nos exige sumar esfuerzos para combatir las amenazas a nuestro planeta que, muchas de ellas, suelen ir más allá de las fronteras nacionales. De esta lúcida coordinación nace el reto de conseguir garantizar un mundo más respetuoso y habitable, con métodos de explotación de los recursos que eviten producir desequilibrios ambientales que provoquen un proceso de degradación y contaminación, verdaderamente desastroso.
En el caso que nos ocupa, del medio marino y sus áreas respectivas, benefician a toda la humanidad; ya que se establece un marco jurídico internacional para la evaluación de los impactos en las actividades y sus consecuencias relacionales con el cambio climático, la acidificación de los océanos y otros efectos conexos en alta mar. Desde luego, no es de recibo ocupar zonas que pongan seriamente en peligro nuestros pasos o la de otras especies vivientes. Cada día más, hemos de ser conscientes de que los desafíos a enfrentar están interconectados, lo que nos requiere un examen de conciencia sobre la realidad de uno mismo, con todo aquello que nos rodea. Por ello, también es otra esperanzadora crónica que Europa, aunque sea el continente que se calienta más rápido, haya optado por generar más electricidad con fuentes renovables que con gas natural.
Indudablemente, un mundo interdependiente nos obliga a reflexionar en común como una familia, a trabajar unidos con racionalidad y constancia, a ejercer la responsabilidad globalmente y a practicar el diálogo sin ningún tipo de estrés. Ojalá aprendamos a serenarnos, a trascender toda posición estática perteneciente a una ideología particular, para hallar unidos los modos mejores de promover los mutuos intereses. Únicamente así, se podrá logar un futuro que nos fraternice, construido sobre una común esperanza. Por desgracia, no conocemos el equilibrio y la naturaleza se revela contra nosotros. También los océanos son esenciales para la vida en la tierra, puesto que aportan el aire que respiramos, buena parte de los alimentos que nos llevamos a la boca, el sustento de personas y mucho más. Está visto, por consiguiente, que nada somos por nosotros mismos. Tómese, pues, la concurrencia al poder en toda jurisdicción.
Anhelo que esta época por la que nos movemos y cohabitamos, aún no haya renacido plenamente en el espíritu de cooperante, que es lo que en realidad nos sostiene y nos sustenta fraternalmente. Es verdad que los desafíos que tenemos ante nosotros son inmensos, pero sólo con nuestros esfuerzos colectivos, podremos forjar un futuro seguro y razonable. El humano detalle que nos acompaña es un nuevo sueño social que está ahí, deseoso de no quedarse en meras palabras, sino en proveer iniciativas reales, para hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Hacer equipo es el mejor dispositivo para derrotar los intereses individuales y levantar la dimensión comunitaria de la existencia. Un bloque, que ha de convertirse en un único corazón, con un proyecto para todos. En esta pugna de egoísmos, hay que destejer la prepotencia del más fuerte y tejer el fiel abrazo del nosotros; siempre en disposición, sin imposición alguna.
Sin duda, en la biodiversidad está la conjunción de abecedarios que nos enraízan con lo viviente. El tiempo nos apremia, es el momento de buscar caminos nuevos, de no autodestruirnos entre sí, de hacer pausas para conjugar pulsos, de darnos el abrazo reconciliador y de cuidar el planeta. Fuera cualquier descarte que no encarte con el espíritu humanista, universalicemos los derechos humanos para su cumplimiento, reencontrémonos mirándonos a los ojos, que la mera conexión digital no basta para secar lágrimas. Pongámonos en faena y dispuestos a encuentros reales, sin ofensas ni exclusiones. Seguramente, entonces, aprenderemos a respetarnos y a cuidarnos mejor unos a otros. Al fin y al cabo, el amor todo lo cura, es cuestión de cultivarlo, cada uno con su propio latido, como descendientes de esta misma tierra que nos cobija a todos. Hermanarse es lo natural para hacer genealogía eterna y perpetua biografía incorporada.