Hacer frente a lo que se nos viene de cara, es una cuestión de derechos humanos; o si quieren, de obligaciones ciudadanas. Nos hemos prometido actuar y luego… todo se queda en el vacío. La pasividad es grande. Nada nos conmueve ni nos mueve. Tanto el azul del mar como el cristalino horizonte, la fronda de la tierra o el arcoíris del sueño, lo hemos convertido en cuencos de polvo con abecedarios de apatía. Fruto de este nerviosismo del no hacer, la inseguridad es manifiesta, aunque tengamos la tecnología más potente de la historia. Se habla de la transición justa hacia una economía verde, pero no pasamos de los conceptos. Somos incapaces de desterrar las tormentas reales y los tormentos presentes. Nos falta un medio ambiente limpio, sano y sostenible; sobrándonos fronteras y frentes en inútil batalla, que lo único que hacen es acongojarnos más.
Sin embargo, nunca es tarde para enmendarse e iniciar el cambio en la forma de vida. De las tormentas y de los tormentos, que nos injertamos en vena los humanos entre sí, también se sale con una sanación realizada corazón a corazón. El patio atmosférico nos indica que debemos entrar en nuestras habitaciones interiores, a cultivar el amor de amar amor, la única medicina contra el espíritu de la mundanidad; toda una cultura de la apariencia, que no trabaja la fidelidad y que se vende a don dinero, sin importarle el orbe de los desfavorecidos. Ante esta bochornosa situación, pienso que nos hará bien reflexionar sobre cómo nos movemos y actuamos en nuestro diario de vida. La coherencia entre el decir y el obrar, es fundamental para huir de este fuerte oleaje de suplicios, que nos sepultan en vivo, con el maquillaje de la falsedad en plena ebullición.
En cualquier caso, desfallecer es lo último. Saquemos el coraje del viviente. Ciertamente, sí uno de los fenómenos más espantosos de la naturaleza son los nubarrones de arena y polvo que lo arrasan todo a su paso, transfigurando el día en noche y causando trastornos desde el norte de China hasta el África subsahariana, también la hermenéutica mundana nos está dejando sin alma, totalmente deshumanizados. Desde luego, nos urge activar otra sensibilidad más auténtica, además de otra comunión de pulsos, que nos lleve a despertar de este pasivo y cruel modo de vivir entre análogos. Por desgracia, colonizamos un espíritu camaleónico de rigidez mental o de flexibilidad hipócrita, en vez de desarrollar un crecimiento interior que nos lleve a discernir. El espíritu maligno siempre está ahí, con el sentimiento amargo, intentando dividirnos, bañándonos de odio y venganza.
Es verdaderamente tormentoso el poder del mundo, hemos de ser conscientes de ello, pero también hay una fuerza armónica que nos mueve internamente y que no podemos abandonar. Estamos para reconstruirnos, no para destruirnos; para fraternizarnos, no para desunirnos. Indudablemente, es tarea nuestra aprender a vivir los momentos de crisis. A todos nos afecta todo. En consecuencia, hemos de sumar capacidades para afrontar el cúmulo de adversidades que a diario se nos presentan. Desde luego, no hay mejor respuesta que una conjunta para dejar de crucificarnos con mil martirios. Ojalá aprendamos a querernos, a tomar otro semblante más restaurador del género humano, a ser más diálogo que encierro, en suma. Al fin y al cabo, hemos de volver siempre a la palabra, que es latido de unidad cuando están impregnadas de afecto, al vocablo que es la configuración acústica de las ideas, o a la oratoria de los bellos pensamientos, en suma.
En efecto, por muy intensas que sean las tormentas reales y los tormentos sufridos, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes mundanas. Está visto, que no hay mejor paso vivencial, que hacer proyectos vivientes en comunión. Ya en su tiempo, lo advirtió el escritor ruso León Tolstoi, con aquella frase que después resultó ser célebre y eterna: “El matrimonio es una barca que lleva a dos personas por un mar tormentoso; si uno de los dos hace algún movimiento brusco, la barca se hunde”. En verdad, así es. Por si mismos, nada podemos hacer. Tampoco nos dejemos vencer por el cansancio. Nuestro interior, a poco que buceemos por él, es una fuente inagotable de vida. La trampa es siempre la de volver atrás. Pues no, cada amanecer lleva el aroma de un naciente entusiasmo. En el fondo siempre hay una luz que nos llama a reencontrarnos, quizás con una mentalidad más poética que mundana. Por consiguiente; la inspiración al poder y la musa creativa, al diario ejercicio de coexistir.