En Palacio Nacional el Presidente niega cualquier injerencia en la vida interna de su partido y en la postulación de candidatos.
Pero el lunes 5 de junio congregó en el restaurante El Mayor al dirigente Mario Delgado, a las cuatro corcholatas de Palacio Nacional y a los 22 gobernadores morenistas -más la electa Delfina Gómez- para dictarles línea.
Les habló del programa, de su compromiso de elogios a su persona y cero discrepancias entre ellos, y hasta los obligó a firmar una carta-compromiso de lealtad a su movimiento.
Salvo algunas críticas por evidentes violaciones a las leyes electorales -verbigracia: tapizado nacional con espectaculares y concentraciones masivas de costo millonario-, las cuatro corcholatas se han mantenido dóciles.
Para esa campaña han contado con la solícita disposición del INE, condicionado con la designación de consejeros afines con la presidenta Guadalupe Taddei de adalid.
Así tienen vía libre.
Está en marcha la operación de Estado para imponer el dedazo presidencial bajo una faramalla de campaña y encuestas, pero las prisas se desbordan en otros lares.
Decenas de aspirantes a gobernadores buscan congraciarse con elogios al Presidente y garantías de obediencia al movimiento en aras de ganar las nueve candidaturas.
Como pocos tienen acceso a Andrés Manuel López Obrador, el jefe real, acuden con el administrador morenista Mario Delgado a plantear sus inquietudes y a pedir respuesta.
No son Zoé Robledo (IMSS), Rocío Nahle (Energía), Javier May (Fonatur) o Rosa Icela Rodríguez (Seguridad Pública) para recibir de manera directa la respuesta a su suerte.
Por eso van con Delgado, pero no encuentran el voto superior para dejar sus cargos y lanzarse con alguna certidumbre de ser finalmente bendecidos por el dios.
Porque, les dice Mario, yo no puedo invadir una decisión que corresponde al Presidente porque él se ha reservado las candidaturas a gobernador, a las senadurías, a las capitales de los estados y a la mayoría de las diputaciones…
O sea, es un dirigente de papel.