El presidente chino, Xi Jinping, no ha tenido tiempo para reunirse con el ex secretario de Estado y actual enviado especial del presidente para cambio climático, que ha visitado China esta semana. Hace un mes y medio, el nuevo ministro de Defensa de Pekín, Li Shanfu, rehusó tener un encuentro bilateral con el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, pese a que ambos coincidieron en la misma cumbre en Singapur.
Pero hoy, Xi y Li han dado una recepción en honor a un estadounidense que no tiene ningún cargo público desde hace 47 años: Henry Kissinger.
A sus cien años recién cumplidos, Kissinger está en Pekín en un viaje cuya preparación ha sido llevada a cabo con extremada discreción y que Xi ha sabido convertir en una manera de contraatacar a la política de ‘cuasi Guerra Fría’ que Estados Unidos ha lanzado contra China. Xi y Kissinger se reunieron en el mismo edificio en el que el entonces consejero de Seguridad Nacional estadounidense se reunió en secreto con Zhou Enlai, que ejerció el cargo de primer ministro durante casi un cuarto de siglo con Mao Zedong, para explorar vías en las que los dos países, hasta entonces enemigos declarados, podían restablecer relaciones y trabajar conjuntamente. Fue la culminación de la llamada ‘diplomacia del ping-pong’, porque había empezado con discretas visitas de equipos de ese deporte chinos y estadounidenses, que acabaría dando lugar, ocho años más tarde, al reconocimiento de la China comunista por EEUU, en detrimento de Taiwán.
El evento, según los medios estadounidenses, ha sido una exaltación de la nostalgia propia de Hollywood. Mientras sonaba música nostálgica de piano, se proyectaron imágenes del encuentro entre Zhou y Kissinger, en una sala cuya decoración era un despliegue de los símbolos que en la cultura china significan paz y alegría. Xi declaró que “nunca olvidaremos a nuestro viejo amigo”, y ensalzó “la espléndida visión estratégica del ex consejero de Seguridad Nacional y ex secretario de Estado”.
Kissinger ha sido siempre un proponente del ‘realismo’ en relaciones internacionales, una teoría que propagan considerar a los países entidades independientes que maximizan sus beneficios y cuya única guía es la razón de Estado, no la ideología o los valores. Por esa razón, su filosofía cayó en el olvido en cuanto el presidente Gerald Ford perdió las elecciones de 1976 y, salvo en los cuatro años de Donald Trump, nunca ha vuelto a tener influencia en Washington, ni con presidentes republicanos ni con demócratas.
Encaja a la perfección en la China actual, algo acrecentado por su comprensión hacia la posición de Vladimir Putin en la invasión de Ucrania. De hecho, un día antes del encuentro de Pekín, el embajador chino en EEUU, Xie Feng, volvía a insistir en el Foro de Seguridad de Aspen Institute que su país “defiende la integridad territorial de Ucrania pero a cambio de que se reconozcan las legítimas preocupaciones de seguridad de Rusia”. Las declaraciones de Xi tuvieron lugar justo mientras se desarrollaba una verdadera competición de maniobras militares con sistemas provistos de capacidad nuclear a gran escala en el Océano Pacífico entre EEUU – apoyado por Corea del Sur -, Corea del Norte, Rusia, y China.