Un clima de tensión inundó las calles de la ciudad de Faisalabad, en la provincia de Punyab, en Pakistán, luego de que las acusaciones de blasfemia contra un joven de la minoría cristiana desatara la furia de los vecinos.
Una importante turba incendió este miércoles varios lugares de culto de esta religión -entre ellos cinco iglesias y un cementerio-, saquearon inmuebles con objetos de valor y demolieron la casa del joven señalado en respuesta a las alegaciones de las mezquitas del vecindario.
Según informó el diario Dawn y confirmó posteriormente el portavoz de la policía de la zona de Jaranwala, Mohammed Naveed, el joven cristiano “ha sido acusado de desgarrar las páginas del sagrado Corán y escribir palabras blasfemas contra el profeta Mahoma”.
Como respuesta a este alboroto, la policía local desplegó varios operativos que no lograron sofocar las manifestaciones y obligó a la convocatoria de la unidad policial militarizada Rangers así como del cuerpo de paramilitares federales de Pakistán, bajo el control del Ministerio del Interior.
El primer ministro Anwarul Haq Kakar aseguró estar “destrozado” por los sucesos y el nivel de violencia que se vive en la ciudad y que ha provocado la huida de varios cristianos residentes de la zona, y sentenció que “se tomarán medidas severas contra aquellos que violen la ley y ataquen minorías”.
Desde el núcleo religioso se expresó también el obispo Azas Marshall, presidente de la Iglesia de Pakistán, quien lamentó también las imágenes de la ciudad invadida por el humo espeso que dejaron los incendios en manos de jóvenes.
Asimismo, en pos de restaurar la paz instó a las autoridades nacionales a intervenir inmediatamente la ciudad.
Junto a Marshall, el presidente del Consejo de Ulemas de Pakistán, Tahir Ashrafi, comentó que otros líderes religiosos visitaron la zona con ánimos de calmar a los manifestantes.
Por otro lado, la Comisión de Derechos Humanos del país se pronunció en la red social X y alertó sobre estos ataques extremistas “sistemáticos, violentos y, a menudo, incontenibles” que, “en los últimos años”, se han incrementado.
En Pakistán, donde más del 95% de su población profesa el islam, la blasfemia constituye un delito. Así quedó asentado en la época colonial británica y, posteriormente, fue endurecido en la década de 1980 por el dictador Mohamed Zia-ul-Haq.
Desde entonces, este delito conlleva la pena de muerte aunque hasta el momento nadie ha sido ejecutado por ello.