Hoy más que nunca se requiere de la labor ciudadana, para contrarrestar y superar viejas contiendas, y poder allanar los caminos de la comunión plena, con la convicción de que ninguna situación difícil está destinada a perdurar de manera irremediable; puesto que, gracias a la actitud de escucha y de diálogo, se pueden encontrar soluciones satisfactorias para superar los puntos de fricción y llegar a una solución justa de los problemas concretos. Conviene fortificar este asunto para que lo auténtico nos aliente y alimente, hasta convertirlo en un patrimonio común, que nos haga la vida más fácil entre sí. De entrada, aplaudo la persistente labor del personal humanitario que continúa arriesgando su natural existencia para salvar la de otros.
Tenemos que aprender a respetarnos, a convivir escuchándonos; es un deber más, frente a la situación actual de desatención y absurdas divisiones, que nos conducen a la tarea asistencial. Visitarnos es entrar en relación, comprender sus razones y puntos de vista, contraponiéndose así a la soberbia humana y al orgullo, con una fuerte dosis de amor que todo lo alisa, cuando es verdadero. No olvidemos que, además, todos tenemos la libertad de poder expresarnos; y, esto, tiene que reforzarnos como seres pensantes. Es más, el ejercicio de sentirnos libres, sin duda va a poder desempeñar un papel positivo en el fortalecimiento del espíritu democrático y en la indagación de mecanismos seguros para detener la desinformación y el discurso del odio.
En consecuencia, es menester que vuelvan a nosotros esos debates abiertos, constructivos y respetuosos con las ideas de cada cual, seguramente entonces se nos abrirá el alma y dejaremos de ser negativos e intolerantes. Realmente cuesta entender que todavía se continúen perpetrando actos de intolerancia y violencia basados en la religión o las creencias, o en los mismos pensamientos singulares de cada cual, cuando lo que hay que fomentar son los escenarios cooperantes que rebajen tensiones y propicien la cultura del abrazo verdadero. No olvidemos que las grandes batallas, suelen iniciarse en nuestro propio hogar, con resultados verdaderamente dramáticos. Para desgracia de todos, cada día son más las personas que son asesinadas por alguien de su familia.
No podemos seguir golpeándonos entre semejantes. Necesitamos atendernos y entendernos, conciliarnos y reconciliarnos, nivelar fuerzas y esfuerzos. En esto podrían colaborar las distintas confesiones religiosas para que haya una mayor comprensión mutua entre el linaje. A propósito, yo pediría que los imperativos morales de todas las creencias y convicciones, incluyeran la paz, la condescendencia y la inclusión, en sus hojas de ruta o diarios de vida. Si juntos deseamos unirnos al clamor de lo armónico, buceemos en la calma, con la exploración de la mano tendida y extendida hacia todos, respetando las aspiraciones legítimas de las moradas y moradores. Se me ocurre pensar en el yoga, que pese a las diferencias nos indica que somos uno, algo que revela nuestra humanidad común.
La propuesta de este soñador del verso y la palabra, vertida en posibilitar horizontes de convivencia, no puede abortar el florecimiento existencial. Urge que despertemos, que salgamos de este estrés para tomar otra orientación más ética, que hagamos una llamada a las conciencias, porque es del interior del corazón de donde provienen las malas intenciones. No hay más que un alcanzar: el amor de amar amor al servicio de nuestros andares; tampoco hay más que una satisfacción: el cumplimiento del deber cumplido al servicio de la verdad. Esto nos vence el desánimo y nos convence el ánimo, al sentirnos parte de la edificación del bien común y adquirir el sentido de la responsabilidad, sobre todo para cuidarnos y trabajar juntos.
Facilitar los itinerarios de aquí abajo ante la nueva normalidad del absurdo abrasador, para que favorezcan y obedezcan al amor y no al temor, es tan inevitable como preciso para ganar confianza en nosotros mismos, máxime en un momento de crisis y de desconfianza pública en muchas instituciones del estado de derecho y la justicia. Convendría, pues, huir de estas codiciosas políticas de ganancias insaciables, corruptas a más no poder, basadas en el engaño y en la injusticia. Si en verdad queremos hablar claro y profundo, renunciemos al uso discriminatorio, apostemos por una realización decente, cooperemos entre nosotros como hijos de un mismo tronco, repudiando la violencia aberrante de nuestras miradas y el extremismo ciego. Sería, esto sí que sería el gran avance. No es un sueño, que también lo es.