No cabe duda, los vientos de Otis sirvieron para desenterrar la división que priva en nuestra sociedad.
Si bien era algo de esperarse, con la irrupción del huracán lo que flotaba en el ambiente ahora se ve en su justa dimensión.
La asistencia, ayuda, solidaridad, como le quiera llamar, que se vio en otros desastres naturales en cualquier parte del país, ha caído a cuentagotas en Guerrero.
En la Ciudad de México, no se vieron, ni se ven, las filas de ciudadanos dispuestos a donar lo poco o mucho que su bolsillo les permitiera, como sí se vio, por ejemplo, en los sismos del 2017 o en los desastres provocados por otros huracanes.
Los centros de acopio no son, ni remotamente, los que fueron en otras causas.
Ni las empresas, salvo excepciones muy notables, han puesto en marcha estrategias de ayuda con cargo a sus utilidades.
Hace unos años, cuando se requirió de la solidaridad ciudadana había que hacer filas para dejar en los centros de acopio los víveres o ropa que se iban a donar.
Lo vimos en los centros de acopio que se establecieron en la UNAM, en la Cruz Roja de Polanco, incluso en las propias tiendas de autoservicio.
Hoy la sociedad ha reaccionado diferente porque recibió diferentes estímulos.
Buena parte de la sociedad se ha guardado sus muestras de solidaridad ante la sospecha o temor de que sus donaciones no lleguen a los damnificados y que sean utilizadas como bandera partidista.
Hay una enorme desconfianza sobre el destino de las donaciones.
A esa desconfianza se sumó el desatinado intento del gobierno encabezado por el presidente López Obrador de tratar de monopolizar, por conducto del Ejército, la entrega de la ayuda donada por la sociedad civil.
Aunque el gobierno reculó a las horas, esa señal se quedó en el inconsciente colectivo.
A ello debe sumarse los diarios discursos que alientan la división entre clases sociales lanzados desde Palacio Nacional, la ineficacia absoluta de los gobiernos de Guerrero y Acapulco, lo que ha creado entre la sociedad la conciencia de una solidaridad selectiva.
Pareciera mentira, pero es muy cierto. La desgracia tocó a Guerrero, en particular a Acapulco y parece que lo que se busca es hacer creer que el gobierno, y en particular el presidente López Obrador, son los damnificados, cuando quienes sufren en carne propia esta aterradora realidad son los habitantes de la zona afectada.
Habitantes afectados no solo por Otis, sino por el discurso cotidiano de división que hoy se nota, como nunca, en los centros de acopio.
Y para rematar: que mal se ve a los gobiernos emanados de Morena hablar de humanismo, de solidaridad, de amor al prójimo, mientras los elementos de seguridad, por órdenes de algunos de éstos “humanistas”, bloqueó la llegada al Zócalo capitalino de los integrantes de la caravana “Acuérdate de Acapulco”.
Así o más clara la farsa.