A primera hora nos enteramos de la renuncia de la Vice Primera Ministra y Ministra de Finanzas de Canadá, Christya Freeland, quien dio a conocer su escrito de renuncia dirigido al Primer Ministro, Justin Trudeau, en el que reveló las diferencias entre ellos frente al escenario de las amenazas del presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump. De manera señalada, a la ahora ex Ministra de Finanzas le preocupaba que Canadá no tuviera la solidez fiscal necesaria para poder hacer frente a las amenazas de aranceles por parte del segundo gobierno de Trump. Según lo que citan algunos medios como The New York Times, en las semanas recientes las diferencias entre Freeland y Trudeau se acrecentaron ante la insistencia del segundo para incrementar los apoyos directos, vía cheques, a todas las familias canadienses, además de exenciones fiscales vía el impuesto a las ventas, lo que incrementaría el déficit.
Las preocupaciones de Freeland se revelaron en un contexto en el que el gobierno canadiense anunció ayer mismo que el déficit presupuestal para el período 2023-24 se ubicó en 2.1% del PIB, muy por arriba del 1.4% que había anticipado el gobierno; y que para el período 2024-25 se estima se ubicará en 1.6% del PIB. En síntesis, a Freeland le preocupaba que Trudeau no se comprometiera a una política fiscal responsable a la luz de los mayores riesgos para la economía que surgen por la inestabilidad que se anticipa por las políticas económicas caprichosas que Trump ya anticipa que emprenderá en Estados Unidos y frente a sus socios comerciales, y los que no lo son, desde luego.
No sobra decir que la renuncia de Freeland causó un enorme revuelo en la escena política canadiense, al grado de que incluso anoche se manejaba una inminente renuncia de Trudeau, cuya popularidad pasa por un muy mal momento frente al electorado canadiense.
Si bien es cierto que el nivel de apoyo ciudadano del gobierno de México, encabezado por Claudia Sheinbaum, es diametralmente diferente al muy bajo nivel que goza el gobierno de Trudeau, lo que no puede subestimarse o menospreciarse es la importancia de un manejo prudente de las finanzas públicas, de manera tal que el desequilibrio entre los ingresos y el gasto sea la menor posible, y así estar preparados para poder hacer frente a cualquier escenario adverso o de choque para la economía como resultado de una política arancelaria agresiva e irreflexiva por parte de Trump y sus ocurrentes asesores.
En México no nos hemos dado el espacio y el tiempo para tener esa discusión. Durante la discusión del Paquete Económico 2025 se habló mucho del déficit de prácticamente 6% con relación al PIB para el cierre de 2024, y de la meta -poco creíble- de 3.9% del PIB para 2025. Nótese que aún con la muy optimista reducción que planteó la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y que aprobaron ambas Cámaras, de Diputados y de Senadores, la meta para el próximo año en nuestro país está muy por encima del 1.6% del PIB que se prevé para 2024-25 en el caso de Canadá, que además se propuso reducir aún más, a 1% del PIB, para 2025-26.
Pareciera que en nuestro país el gobierno no se ha querido dar cuenta del período agitado en el que entrará la economía a partir de 2025, particularmente por la incertidumbre que provocarán las constantes amenazas de Trump. Ya vimos que para el 2025 se mantiene la apuesta de seguir gastando en proyectos que no ha probado su rentabilidad para los contribuyentes, como es el caso de la refinería de Dos Bocas, el tren Maya, el Corredor Transístmico o los nuevos proyectos ferroviarios, además de la redoblada apuesta para canalizar apoyos directos a través de los diferentes programas sociales, a la vez que se ha optado por desmantelar la capacidad reguladora del Estado Mexicano.
En suma, México y Canadá asignan un papel muy distinto a la importancia de las finanzas públicas sólidas de cara al inicio del segundo mandato de Trump. Pareciera que estamos reviviendo la fábula de la hormiga y la cigarra. ¿Acaso estamos adoptando el papel de la cigarra?