“Jesús me dijo que el trabajo que me había encomendado terminó”, explicó el pastor Paul Mackenzie Nthenge al cerrar en 2019 la Iglesia Internacional de las Buenas Noticias cerca del pueblo costero keniano de Malindi.
En realidad, el famoso televangelista guió a sus seguidores a las profundidades del bosque de Shakahola, en el sur del país, y presuntamente convenció a sus devotos de ayunar hasta la muerte para conocer a Dios.
El descubrimiento la semana pasada de tumbas masivas coronadas con crucifijos, muchas de ellas con restos de niños a quienes sus padres hicieron morir de hambre, conmocionó este país mayoritariamente cristiano.
Kenia no es ajena a los conocidos pastores que predican incendiarios sermones y predicen el fin del mundo. Y los intentos de regular la religión se topan con una fiera oposición.
Hay más de 4.000 iglesias registradas en este país del este de África de unos 50 millones de habitantes, según las cifras del gobierno.
Algunas predican la teoría de la prosperidad, animando a sus miembros a donar importantes sumas a la iglesia para mejorar su propia situación financiera.
Pero otras promueven creencias más oscuras.
Todas ellas suelen estar dominadas por líderes que ejercen un control virtualmente ilimitado sobre las vidas de sus fieles, tergiversando la Biblia para promover su autoridad.
El canal de YouTube del pastor Nthenge, con más de 6.000 suscriptores, contiene llamativos videos de prácticas “diabólicas” como llevar peluca o usar dinero móvil.
“La mayoría de estos presuntos pastores nunca han puesto un pie en una escuela teológica”, dice a la agencia de noticias AFP Stephen Akaranga, profesor de religión en la Universidad de Nairobi.
Esto importa poco a su rebaño, reconoce. En los últimos años, este tipo de iglesias florecieron en la Kenia rural.
Una mezcla tóxica de pobreza, escasa educación y acceso fácil a entretenidos sermones en línea han facilitado que estos cultos progresen en Kenia, con efectos fatales.
En 2018, aparecieron noticias de una familia que perdió siete niños durante cuatro años porque su organización Kanitha wa Ngai (Iglesia de Dios) no creía en los hospitales y la medicina moderna.
El mismo año, el Directorio de Investigaciones Criminales (DIC) advirtió a los ciudadanos sobre un culto llamado Young Blud Saints que se enfocaba en estudiantes universitarios.
Pero estos cultos han conseguido esquivar la ley, a pesar de atraer repetidamente la atención de la policía.
El propio Nthenge se enfrentó a la ley en 2017 tras ser acusado de instar a los niños a ausentarse de la escuela, asegurando que la Biblia no reconocía la educación.
Pero los macabros hallazgos de la “Masacre del bosque de Shakahola” y el creciente número de víctimas (actualmente 95) multiplicaron los llamados para regular la religión en Kenia.
El presidente William Ruto pidió actuar contra estos movimientos religiosos y comparó sus líderes a terroristas.
Incluso los clérigos resaltaron la necesidad de una regulación. Los esfuerzos de regulación se enfrentan a una dura resistencia.
Odede dijo el lunes que iglesias independientes han rechazado previamente las sugerencias de un autocontrol por parte del Consejo Nacional de Iglesias de Kenia.
El académico Akaranga también duda que este oscuro episodio lleve a una actuación más firme contra los cultos.
De momento, 15 personas están bajo arresto por las muertes de Shakahola. Entre ellos está el pastor Nthenge, a quien el gobierno amenaza con acusar de terrorismo.