Tenemos las entretelas dañadas. Esto afecta a la salud mental. Caminamos tensos, con la incertidumbre en los labios del alma y el veneno del odio inmerso en casi todos los lenguajes. Vamos también cogidos a una atmósfera corrupta a más no poder, insensible a las lágrimas, con letargo en el espíritu, anemia en la voluntad y falta de coraje en el pulso. Así, bajo este contaminado aire, cuesta transformar algo. Lo cierto es que deberíamos ser más benignos y menos crueles, más poesía que poderosos, más del verso y de la conjugación del verbo, que de los anversos convertidos en pedruscos. Sea como fuere, si uno asume la dinámica donante y desposeída del amar, tal vez deje de anestesiarse y se rehaga la mística que todos llevamos mar adentro.
Evidentemente, si nuestro interior se ablanda todo se vuelve más llevadero. Desterremos, pues, de nuestro camino la deshumanización e inhumanidad vertida en cada paso. Ya está bien de dividir y amortajar. No podemos continuar así, tenemos que despertar, renovarnos y restaurarnos, en la línea de los valores morales, cultivando la justicia social y reconstruyendo otro orden, quizás más celeste que terrenal. Seguramente tengamos que convertir toda la tierra en un nuevo hogar, con la presencia de la familia entroncada en el amor, que es lo que en verdad nos concilia y reconcilia como linaje.
Curar el mundo es curarnos a nosotros mismos. Por eso debemos tener bien fija nuestra mirada en no desamparar a nadie; puesto que aún se requiere mucho más compromiso político y esfuerzos individuales, para mejorar las vidas de multitud de seres humanos que languidecen sin ciudadanía y viven en la exclusión total. De igual forma, si sabemos que el cambio climático multiplicará la desigualdad y será tan mortal como el cáncer en algunas partes del mundo, impulsemos el salto mediante una agresiva reducción de las emisiones. No vayamos a cruzarnos de brazos, en plan pasivo, y a esperar que la masacre nos triture.
Podemos restablecernos, siempre hay sanación para todo, es cuestión de hacer el propósito de enmienda adecuado, tanto en sentido físico, como social y anímico. En consecuencia, pongamos en valor y en ruta diaria los principios, tanto del cuidado de nuestra casa común como de la opción preferencial por los pobres, la dignidad de la persona y el desvelo por el bien común, el principio de solidaridad y la universalidad de los bienes colectivos.
Al tiempo exploremos unidos el fruto vivencial, no hay otro modo de rehacer nuestro mundo, que activar el compromiso conjunto para lograr un desarrollo sostenible en sus tres dimensiones: económico, general y ambiental, de manera equilibrada e integradora. Por desgracia, vivimos en un mundo que margina y esclaviza, que destruye espacios y no reconstruye, que aniquila y no levanta cabeza. Sin duda, ha llegado el instante preciso de alzar el vuelo, llamando a las cosas por su nombre, para poner remedio a esta fuerza de maldades que nos acorralan.
En este sentido hay que felicitarse, porque cada día son más los países, que llaman a reiniciar los sistemas pedagógicos docentes, dando esperanza de un porvenir mejor a los niños del mundo. La semilla de la educación, como el amor vertido de corazón a corazón, es fundamental para salir de toda crisis. Lo importante radica en hacerlo en equipo, con los cultivos necesarios para un diálogo fructífero; simultáneamente, con la capacidad de discernir y sacar lo mejor de sí, como un medio de encuentro amparador.
En efecto, no hay mejor vacuna que liberarse de ataduras sanguinarias que nos torturan cada amanecer, cuando menos para erradicar definitivamente la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia. Creo que aún nos falta establecer un diálogo sincero entre sí, escuchándonos todos, incluido uno consigo mismo, para tejer abecedarios comprensivos y no separatistas, bajo el calor del abrazo permanente y la mano extendida. Todos necesitamos de todos. De ahí, la importancia de establecer una conexión humana de acercamiento, que es lo que da existencia, coexistencia y consistencia a nuestro sentido de orientación y de ser en el mundo.
Lo fundamental es descubrirnos en alianza, y tomar conciencia de que otro mundo de menos enemistades es posible, con el ejercicio responsable y generoso de aquel caminante, que está hecho de aguante, paciencia y mansedumbre. Por muy fuertes que sean las angustias y las habladurías, no podemos ignorar a nadie. Somos ineludibles y vitales, en los andares y en el camino. Lo que si nos merecemos es poder evadirnos de los espacios que nos aprisionan, o cambiar de dirección, tomando la mentalidad clemente del discernimiento y absolviendo. Así, además, compartiremos una felicidad que nadie aquí abajo nos podrá robar.