Estamos llamados a custodiar la vida y a sostenernos mutuamente como caminantes. Para ello tenemos que entrar en sintonía, extender los brazos especialmente hacia los más necesitados de aire, que son los desfavorecidos de un sistema excluyente por principio. Esto implica un cambio radical de actitudes, la aceptación y el respeto hacia toda existencia, promover otro espíritu más tolerante que elimine toda discriminación, cultivar otros vocablos que propicien lo armónico y la comprensión mutua. Para esto, es menester navegar con el corazón abierto, entrar en disposición de entenderse y atender, quererse y amar, para conseguir la confluencia con otros pulsos, que es lo que en verdad nos alienta, al instarnos a convivir con los labios del verso siempre en acción.
Justamente, somos seres en movimiento, dependientes unos de otros, que hemos de asumir la cultura del diálogo sincero como itinerario, pero también la cooperación y la colaboración como guía; sin obviar, el conocimiento recíproco como hábito y criterio a seguir. Adheridos, bajo estas premisas, se redescubren los valores del sosiego, de la equidad, de la bondad y el bien; de la belleza en suma, como ancla de seguridad para todos. En realidad, precisamos que este incentivo por los derechos humanos y las libertades fundamentales sin distinción de raza, sexo, idioma o religión, tomen presencia en nuestros andares, máxime en un tiempo de mil batallas inútiles que nos están llevando a un estado salvaje, auténticamente destructivo.
Escucharse internamente nos hará despertar la conciencia y bucear hacia otros universos más integradores. Los requerimos para huir de esta decadencia cultural y moral que el mundo vive actualmente, articulada a la degradación ambiental que soportamos, a causa del aluvión de desgobiernos y de la necesidad de reformas en nuestros estilos existenciales. Desde luego, el mejor cultivo es un culto a otros comportamientos más cívicos, basados en la práctica de la no violencia, por medio de la educación y el compromiso firme, lo que conlleva el arreglo pacífico de los conflictos, fortalecidos por un entorno que favorezca la concordia. Sea como fuere, tenemos que desterrar el odio de nuestra forma de vivir y pensar. Devorarse, al fin y al cabo, es una malversación del espíritu que nos deja sin fibra viviente.
Pasión más viva que el amor es la venganza. De ahí, la importancia de curar las heridas abiertas para no practicar el ojo por ojo y diente por diente. Fuera represalias y más prestar oídos, en nombre de la fraternidad humana, con la unidad y la unión de latidos, que es lo que realmente nos hace avanzar, en nombre de todas las personas de clemente energía, dispuestas siempre en cada rincón del planeta. Indudablemente, el aporte de estas gentes es fundamental para aminorar los focos de tensión, que acrecientan la incertidumbre, la desilusión y el miedo al futuro, controlado por liderazgos corruptos e intereses económicos ciegos. Está visto que únicamente se divisa bien con el alma, lo esencial es incorpóreo para los ojos.
Por supuesto, nos elevamos por la mente, pero ahí está la fuerza de las entretelas, injertándonos audacia y savia. El impulso de nuestros propios valores interiores son los que verdaderamente nos mantienen entroncados a la familia humana. Nos hace falta ese lanzamiento de coraje; puesto que, la división es cada vez más profunda, también las desigualdades son mayores, los enfrentamientos persistentes, la desesperación incesante y, hasta en las confesiones religiosas, los extremismos se extienden como cucarachas. En consecuencia, esto nos requiere un lenguaje distinto para una alianza, rica en diversidad, pero con la misma dignidad, los mismos derechos y obligaciones; y, si acaso, un viento más solidario que nos aglutine hacia otro oleaje más afectuoso.
El verdadero afecto nunca falla, además tiene un efecto liberador. Nos pone alas. Por eso hay que dejarse auscultar mar adentro, repensar con la cabeza, pero que hable el abecedario de los sentimientos, que son los que mueven al mundo. Jamás perdamos la esperanza en hacerlo. Lo importante es poner la fuerza en la donación, en donarse. No hay mejor tesón que nuestro motor interno para la reorientación cooperante y vivir desviviéndose por los demás. Esto se consigue, siendo conscientes de un mundo más humano y fraterno, porque todos somos caminantes bajo un mismo cielo, en busca de un horizonte luminoso, sin sombras que nos ensombrezcan, ni cruces que nos crucifiquen. Renovarse para quitar las ataduras y despojarse de las oscuridades ha de ser nuestra gran tarea. Hágase diario de vida, entonces.