Los últimos días han sido desastrosos en materia de seguridad. Entre 80 a 100 muertes diarias, junio se convirtió en el segundo mes más violento del 2024 con un acumulado de 2363 homicidios de conformidad a los datos de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. ¿Qué nos dice esto? ¿Nos hemos resignado a vivir en este brutalismo? Otro mes más que se acumula a la estadística del desastre en seguridad, pero que a pesar del derramamiento de sangre cotidiano y después de aproximadamente 190 mil asesinatos en este sexenio, pareciera ser que ya nada nos conmueve y que la aprobación del sexenio del presidente no tuvo costos que afectaran la continuidad del proyecto de transformación de la 4T… ¿Nos habrá dejado de importar tanta muerte? ¿Nos habremos resignado ante la violencia?
Cuando analizamos la muerte de todos los días mediada por los cálculos y racionalización la cosa cambia, nos aleja de la realidad que realmente evidencia la violenta crueldad con la cual nos hemos acostumbrado a vivir, y lo peor de todo, es que lo asumimos y lo aceptamos como si no se pudiera hacer nada más, o no importara hacer nada más, pero esto es un engaño al cual no deberíamos de ceder tan ingenuamente. Los niveles homicidas que hemos presenciado en los últimos 20 años y que se han exacerbado este último sexenio, no deberían de adormecernos y llevarnos al extremo de una apuesta por la apatía y el cansancio, sino todo lo contrario, nos deben de incitar a hacer una reflexión profunda sobre nuestro horizonte de vida en un futuro no tan lejano, donde la pregunta por lo que nos espera en los próximos meses y años, debería de implicarnos y orientarnos, más allá de la mirada estrecha que hoy se mide por el animismo político sexenal, ya que no se trata de un proyecto de nación, se trata del valor de la vida- y el derecho a vivir en una sociedad libre de miedo y violencia. Por otra parte, empezar por admitir que en este tiempo se ha producido una extraordinaria regresión antropológica, -y que ya no interesa que o quien la haya provocado-, pero que si involucró actuaciones con intereses particulares históricos que decayeron a niveles éticos ínfimos, reduciendo las oportunidades de vida, de ahí la cantidad de muertos, es importante considerarlo, ya que no es un problema meramente político sino un problema humano (*1).
Cada vez que hablamos de inseguridad, la cuantificación de las vidas, la negación y la gestión de datos por parte de las autoridades nos proponen un escenario velado y cegado, que nos anestesia frente a la crueldad a la cual se exponen cientos de vidas mes a mes, porque no solo estamos hablando de números, hablamos de madres, hijos, vecinos, parejas y amigos, hablamos de seres humanos que se han visto envueltos en circunstancias en las cuales ganó la brutalidad cruel, por incapacidad, colusión, cooptación o corrupción por parte de las autoridades, pero también por falta de sentido crítico y solidario de nosotros, de la sociedad civil a lo largo y ancho del país, que se esfuerce por incluir en la diferencia y que luche por un orden social menos autocomplaciente.
Entre escenarios que estrujan el corazón, donde miles de personas son desplazadas de sus hogares, secuestradas, asesinadas o sometidas a pagos extorsivos, en los cuales una vida no alcanzaría para terminar de pagar las deudas, hasta la brutal indiferencia de pérdida de vidas diarias de niños y niñas -tan solo de enero a abril del 2024, de acuerdo a datos de la Red por los Derechos de la Infancia, fueron asesinados aproximadamente 724 menores de edad en el país-, el brutalismo se exacerba y se embiste de indiferencia y resignación, pero ¿hasta cuándo? Más allá de la insistencia retórica o de la continuidad de una estrategia -sin resultados efectivos- donde la prevalencia de la militarización será el eje de la acción de la mano de la Guardia Nacional, o seguir incitando el reparto de apoyos sociales que no podrán ser eternos ni sostenibles, pensemos que la violencia es un asunto que nos toca, y nos corresponde no tener solo que padecerla, sino revertir el efecto devastador y sanguinario que recorre y habita muchas partes del país ¿Cómo volver a empezar? Quizá, comenzando por revertir el daño que nos hemos hecho, refundando nuestra visión en torno a la vida, y proponiendo desde nuestros pequeños espacios una apuesta por una comunidad más humana y solidaria, que repudie tanta sangre y tanta muerte y aprehenda el valor y significado de la exigencia de la paz, porque si a nosotros no nos importa ¿a quién le va a importar?