Quedan aún 87 días para el adiós de un hombre que siente que el mundo no lo merece; de un político que cruzó por pantanales políticos para llegar a la Presidencia de México.
Se acerca el final del sexenio con los peores resultados en muchas décadas y ahora lo que queda es encontrar la fórmula para que entienda que la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, marca el límite de una gestión, aunque pareciera que el hombre de Macuspana piensa que debe ser eterno.
Parece que Andrés Manuel López Obrador no tiene muchas ganas de irse, pero e próximo 30 de septiembre debe dejar el poder y dale la oportunidad de estar presente en la ceremonia simbólica del día siguiente donde Claudia Sheinbaum ya será la Presidenta y recibirá la banda presidencial quizá de manos de Ifigenia Martínez.
Es más que obvio que la sociedad mexicana tendrá una nueva mandataria que ciertamente tiene otras cualidades diferentes a ese derroche de carisma y habilidades propagandísticas y políticas de López Obrador; sin embargo, la duda sobre la resistencia de López Obrador de dejar todo ese poder que hasta hoy concentra es más que razonable y no tiene nada que ver con cuestiones de género. El que se va es así independientemente de quien llegue.
No debe ser un proceso fácil para la virtual presidenta electa preparar ese camino de sucesión, porque, más allá de ser “compañeros en la transformación”, como insiste López Obrador, tiene la idea fija que el camino a seguir tiene que ser el que él y sólo él ha trazado en su llamada Cuarta Transformación.
Es de esperar que a López Obrador le concedan la deferencia de ser tratado como un estadista al llegar la hora del adiós.
Es llegar hasta el exceso de proponer la celebración del “Día de AMLO” el 1 de julio, porque ese día, finalmente, Andrés Manuel López Obrador ganó una elección presidencial, pero no solamente es la soberbia de imponer a 130 millones de mexicanos un “festejo” porque 30 millones votaron por un candidato en esa elección presidencial, es la confirmación de que ese grupo político cree que haber sido electos por un tiempo determinado es igual a que les endosaron la propiedad del país.
Incluso le preparan encuestas de popularidad en las que podrá presumir que no ha habido mandatario de México o el mundo que haya terminado con tales niveles de aceptación, una falacia bien pagada que comprarán sus seguidores.
Lo que estamos viendo es una crisis sui géneris de final de sexenio. Hay una verdadera preocupación por generarle al mandatario saliente la sensación de que después de él, nadie ni nada.
Ya le preparan las guirnaldas de los mayores triunfos sexenales nunca vistos, los balances más positivos que ningún mandatario haya tenido en cualquiera de las mediciones posibles. Toda una escenografía teatral.
En fin, el marco ideal para que el gran líder de las masas, el mejor agitador social de los últimos tiempos, aquel que construyó la falacia de la Cuarta Transformación y transitó impunemente todo un sexenio con ella, pueda retirarse en los cuernos de la luna y eso mitigue sus ansias de poder.