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Por: Enrique Campos Suárez

Hay una gasolinera de Pemex en la autopista México-Cuernavaca que lleva más de seis años en construcción. Por supuesto que no hay prisa en acabar esa estación de servicio porque a la paraestatal no le importan ni los clientes, ni el costo de tener esa obra parada.

Lo que pierda Petróleos Mexicanos con esa estación no es ni un pelo de gato de las deudas y las pérdidas enormes que tiene esa petrolera que, con el discurso nacionalista de este régimen, vive cómodamente del erario.

Es una muestra del trato perverso que existe con los combustibles en México y que se refleja muy bien en las gasolinas. Pemex puede tener esquemas de manejo de esos combustibles poco eficientes que le impliquen pérdidas operativas, que son cubiertas con recursos públicos.

A cambio, los consumidores pagan impuestos equivalentes hasta a 50% del precio de esas gasolinas que acaban por subsidiar el mal manejo de la petrolera más endeudada del mundo.

Entonces, las gasolinas tienen impuestos muy altos y son 50% más caras que en Estados Unidos, porque un litro del mismo combustible que importamos de Texas allá cuesta el equivalente a 12 pesos y aquí por lo menos 24 pesos.

Pero como esos impuestos compensan la baja recaudación de otros gravámenes, hay que recargarse en alguien para evitar los costos que sí les importan: los políticos.

Y es cuando se crea la “política nacional para promover la estabilización del precio de la gasolina en beneficio del pueblo de México” (porque así se llama) que seguramente tendrá más perjuicios que beneficios.

El acuerdo, presentado como voluntario, para controlar los precios de la gasolina Magna no estará exento de ese perro rabioso de la Profeco que sin mayor metodología “denuncia” a los gasolineros abusivos.

Pero más allá de alimentar la propaganda del régimen con esas listas negras, el peligro está, por una parte, en el desplazamiento que pretenden de los privados en la cadena de distribución y venta de las gasolinas, con los llamados paquetes integrados de Pemex, que no trabaja con objetivos de rentabilidad.

Pero, por otra parte, para poder cubrir sus márgenes de utilidad, muchos distribuidores particulares podrían optar por prácticas irregulares como los litros incompletos o el relleno con otros combustibles como el etanol, no apto para la mayoría de los motores.

Puede haber desabasto de la gasolina del precio controlado y entonces obligar al consumo de la gasolina de precio libre, la Premium, o muchas otras prácticas criminales, como la distribución de huachicol.

La única forma de bajar el precio de la gasolina sin causar distorsiones en el mercado es bajar el impuesto especial, como lo hizo López Obrador en su agenda populista. Pero el costo para las finanzas públicas es muy alto, porque esos impuestos dedicados ayudan a cubrir los huecos que tiene la recaudación del IVA.

El mejor esquema es la libre competencia con una buena regulación sin los ruidos del populismo que han hecho del precio de la gasolina una bandera absurda para la izquierda y para los ecologistas.

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