Cada día encontramos más itinerarios sombríos, sin orden ni concierto entre sus moradores; muchos de ellos dominados por la pereza, para hacer frente a un panorama mundial verdaderamente desolador, que sufre contiendas absurdas y trances horrorosos. Por eso, creo que urge la acción ciudadana, con esa aportación ética y diligente en la actividad, la laboriosidad en las instituciones, cuya tarea ha de ser ejemplarizante siempre. Además, los humanos de todos los rincones planetarios, tenemos que bajarnos del pedestal, ponernos a enmendar actitudes, servir esperanza en los ojos tristes y soñolientos, aparte de ofrecer estructuras adecuadas que aviven y fomenten la estética familiar, dentro de la consideración a la dignidad soberana de cada individuo, así como también de cada grupo humano. Si cada persona, constituye la base de todo como es natural, ha de ser respetado en una auténtica perspectiva social. El reconocimiento de derechos universales, inviolables e inalienables, conforma el mejor reconstituyente del abecedario cooperante, y como tal debe ser de obligado cumplimiento, partiendo del pueblo más pequeño hasta el mayor escenario mundial.
A ciencia cierta, tendremos que activar un corazón nuevo para vencer la indiferencia. Ciertamente, son muchos que se dicen Estados de derecho los que están fallando, corriendo el grave riesgo, de que se instaure en el planeta centenares de ellos, sin disposición normativa. Sólo hay que mirar y ver la multitud de países que continúan incumpliendo impunemente la legislación internacional, tanto el desarrollo ilegal de armas nucleares como el uso no autorizado de la fuerza. Precisamente, hace unos días, Naciones Unidas a través de su Secretario General, nos recordaba algunas crudas realidades. Guterres mencionó la invasión rusa de Ucrania; los homicidios ilegítimos de palestinos e israelíes; el “apartheid de género” en Afganistán; el programa ilegal de armas nucleares de la República Popular Democrática de Corea; la violencia y las “graves violaciones de los derechos humanos” en Myanmar; y “una profunda crisis institucional” en Haití. En consecuencia, como ilustran estas muestras, la adhesión al espíritu normativo, sobre todo en aquellas poblaciones enteras abandonadas a la opresión, nos exige a fin de garantizar la libertad necesaria en la que se debe formar y reformar la conciencia, una autoridad moral concienciada a través del precepto para, de esta forma, poner sosiego en nuestro propia convivencia.
No es mal signo, pues, reivindicar la paz en el mundo a través de un orbe más equitativo y solidario. Nos alegra, asimismo, que en todo el mundo la ONU esté comprometida socialmente y movilizada contra la impunidad, para hacer que los autores de hechos delictivos y corruptos, rindan cuentas mediante procedimientos judiciales justos e independientes; facilitando, igualmente, el apoyo a las víctimas y a los supervivientes con el acceso a la justicia, el recurso y la reparación. Sin duda, la absoluta primacía del derecho en las relaciones entre los seres humanos y los pueblos es vital. Indudablemente, tenemos que desterrar la violencia, el uso de la fuerza, desarmarse y desmontarse de intereses egoístas, para que resplandezca la luz en la edificación de otro mañana, más abundante de abrazos verdaderos y de vínculos más acordes con las justas exigencias del momento. Téngase en cuenta, que de la justicia de cada uno, nace ese orbe armónico que todos requerimos para poder vivir. En cualquier caso, nadie puede eximirse de esta responsabilidad, lo que conlleva la defensa de la igualdad de derechos para todos y la resolución pacífica de controversias.
Es evidente que la pobreza, la injusticia y la exclusión únicamente pueden abordarse mediante el marco jurídico de las políticas públicas eficaces, no discriminatorias e inclusivas. Volvamos, entonces, al espíritu normativo y salgamos de este colapso de contrariedades, que nos deshumanizan por completo, generando un mundo inestable, inseguro e incierto a más no poder. Considero que este es el camino para reconstruir un espacio viviente, no únicamente globalizado, también hermanado, sin dejar a nadie al margen. Esto sí que es un deber de justicia, que comporta notables cambios en nuestro modo y manera de vivir, con las consabidas implicaciones morales en nuestra correcta organización social, financiera, cultural y política de las Naciones. Quizás sea saludable avivar, cuanto antes, una mundializada cultura de la legalidad, ante el tremendo virus de la corrupción, que debilita el desarrollo de tantos pueblos. Un buen gobierno, como también un buen liderazgo, requiere el control puntual y la transparencia necesaria para un imparcial estilo de aplicación de la ley, sobre todo a la hora de gestionar los bienes y de administrarlos en vista del bien común; que redundará en un vergel, cuyo fruto será la equidad y una seguridad que fraterniza.