El tiempo es, si acaso un suspiro y, a pesar de su brevedad, pareciera que no queremos ver los errores que cometemos, los yerros que nos calcinan la piel a cada paso que damos.
Ello viene a colación al recordar que cuando había ganado las elecciones Andrés Manuel López Obrador, sus allegados aseguraron que el empresariado mexicano se encontraba de plácemes, que se trataría de una “luna de miel” que duraría todo el sexenio.
Nada más falso que ello, ya que en el ocaso del mandato del tabasqueño se observa un fuerte desencanto – no por parte de Carlos Slim que ha visto multiplicarse su fortuna gracias al Presidente -. En pestos casi seis años desde que López Obrador asumió el poder, la realidad es muy distinta de lo que se prometió para quienes arriesgan su capital y, por ende, para todos los mexicanos.
En cuanto asumió el poder, lo primero que hizo López Obrador fue prescindir de los personajes moderados para dar paso a los más radicales. Es decir, quitó a los corderos para colocar a los lobos.
Ahora, en el 2024, López Obrador ya perdió toda intención de parecer moderado. De hecho, nunca existió aquella “luna de miel”, porque desde un primer momento, incluso antes de tomar el poder, dio el golpe de destruir el proyecto del NAIM.
Solo que, en esta, la parte final de su tiempo constitucional como presidente, López Obrador parece más bien ocupado en la preparación de un segundo mandato más radical y sin tapujos.
La lista de supuestas iniciativas de cambio constitucional que va a presentar en menos de dos semanas, suena más a un programa de gobierno de quien tiene planes de quedarse a mandar al país.
Ya no hay intentos de conciliar con las fuerzas económicas del país, no hay ninguna intención del Presidente de mostrar que permitiría a su propia abanderada tener criterios y pensamiento propios, mucho menos deja ver la posibilidad de aceptar una derrota electoral.
El López Obrador del 2006 que mandó al diablo a las instituciones era más sincero que el candidato del 2018 que se pretendió mostrar como moderado solo para terminar su sexenio con iniciativas que básicamente buscan mandar al diablo a las instituciones.
En la candidatura oficialista, la de Claudia Sheinbaum Pardo, están de vuelta las promesas de moderación, de trabajar de la mano con los empresarios, de impulsar políticas congruentes y hasta respetuosas del medio ambiente.
Pero lo que hay, lo que prevalece, es una descarada campaña presidencial de quien busca no soltar el poder con una agenda de cambios constitucionales que son un paso más radical en los intentos de desmantelar al México estructural para concentrar el poder en una sola persona que lo decida todo.